Cielo naranja
Recuperando a  Manuel Rueda y su vetado poema

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Son pocos los libros “escandalosos” en el país dominicano. Si descontamos los textos de los periodistas y escritores que murieron en el siglo XIX víctimas de sus gestos –como Manuel Rodríguez Objío-, la lista de los “objetados” no es tan grande. Los norteamericanos tuvieron a bien incinerar “El derrumbe” (1916), de Federico García Godoy. El poemario “Góndolas” (1913), de Otilio Vigil Díaz, en su momento debió haber levantado sus pequeños revuelos en la aldea que entonces era Santo Domingo, debido a un manojo de postales con menos desnudo que un desnudo del Renacimiento veneciano. Cuando se publicaron las “Obras Completas” de O. Vigil Díaz, le pregunté a su editor, Diógenes Céspedes, que por qué habían eliminado esas cinco postales. “Órdenes de arriba”, atinó a decir nuestro Premio Nacional, justificando semejante tijera, ¡y a casi un siglo de aparecida la primera edición!

En 1975 el editor José I. Cuello no la debió tener fácil. En un santiamén tuvo que recoger los ejemplares de “Con el tambor de las Islas”, de Manuel Rueda, y aplicarle la guillotina a uno de sus poemas. Tarde, mi querido José Israel, muy tarde, porque algo siempre se cuela por las rendijas…, y peor aún, la memoria, las huellas que quedan.

En vida, su autor no le dio mayor importancia al poema “Canon Ex Única”. “Con el tambor de las Islas” debía ser el estandarte de un nuevo movimiento poético, el “pluralismo”, con Manifiesto y todo, con una tropa de aguerridos autores que lo seguían, pero al parecer Rueda desistió de seguir acidificando el ambiente y se dedicó a otras cosas: al teatro, la narrativa, la música, que para ello el talento le sobraba.

La historia no se contó entonces, y sin embargo, es desde entonces uno de los rumores más estables en los mentideros  insulares. “Cano Ex Única” es el poema que más rompedera de cabeza, quejas, insomnios y agarraderas ha producido en nuestra vida literaria. No hay que ser ningún genio para detectar la nomenclatura y la intríngulis del mismo. Ningún laberinto de Chartres ni código Da Vinci: Rueda arranca con el nombre del autor en cuestión y de ahí que no habrá lengua más viperina ni  burla más barroca en estos lares.

Justicia, crítica, mala leche, desquite, nunca llegaremos a saber qué condujo a Manuel Rueda a pasar a muchas de las mentes más lúcidas de aquellos tiempos por el molino de piedra de sus maléficas metáforas. Lo que sí sabemos, porque el experimento lo hemos hecho, es que hay lectores marginales a la ínsula que sí han apostado por ese poema como una de las revelaciones con respecto al imaginario dominicano.

A Manuel Rueda le faltaron pocos días para ver el año 2000. Desde entonces el interés por su obra ha ido creciendo porque tanta calidad difícil que es dejar en una gaveta. Sin embargo, “Con el tambor de las Islas” sigue siendo la espina que duele, la palabra que todavía ofende.

Ojalá y pudiéramos perdonar al poeta a 35 años de su poema y a 10 de su muerte, publicándolo integralmente.

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