Cielo Naranja
¿Se irán las oscuras golondrinas?

<STRONG>Cielo Naranja<BR></STRONG>¿Se irán las oscuras golondrinas?

Somos por “la palabra”: la que oímos, la que pensamos, la que hablamos. Desde Platón hasta Jacques Lacan sabemos que no hay preguntas sin respuestas ni gestos que no formen parte de un lenguaje.

Quien piensa la realidad –llámese sociólogo, filósofo, politólogo o comunicador social- debe tener consciencia, no sólo de lo que tiene enfrente, sino también de sí mismo y de los otros también enfrentados.

Los hábitos del pensar, del creer y del decir se representan en un plano copado de fuerzas, intereses y estrategias. No siempre se piensa o se cree o se dice. El pensar puede salir o no, la creencia puede experimentarse, pero de ahí al habla, hay cierto trecho.

Opinar tiene sus riesgos: la cultura a-dialógica del dominicano moderno ha establecido el valor de que a mayor sonoridad mayor territorio, lógica a partir de la cual se habrá de aceptar: a mayores decibeles mayor –y “mejor” la verdad. De ahí que el griterío de nuestros gobernantes y gobernantas de los medios de comunicación no se diferencie de los galleros en sus horas cumbres o de los ofertantes de mercado en el momento del cierre.

Con el creer y apostar por lo creído la cuesta resulta más inclinada aún. Ciertamente Cristo murió por la  verdad, pero sus apóstoles -¡por suerte!-, no corrieron la misma suerte. El creer, el pensar y el decir no siempre son las bolas que engarzan las ruedas de nuestros carritos. Hay una tendencia al decir socavado, de ocasión, dependiendo de la circunstancia, pensando siempre en la conveniencia, el trabajito, de si no le tumbo a alguien su ego, si no entro en problemas. Puedes estar en un lugar y tragarte las palabras toda tu vida porque al final no nos estableceremos sobre un mapa de verdades y sinceridades, porque cada quien juega su papel asignado como en una ópera bufa del siglo XIX.

Si valoramos el desarrollo del espacio y la opinión pública en el país dominicano subrayaremos las líneas paralelas de modernidad e insuficiencia de diálogo. Basten dos ejemplos extremos: en los años 50, fuimos de los primeros países en tener televisión en América Latina, pero lo que se veía entonces no era más que un proscenio con los arlequines del trujillato. Ahora, entrando al segundo decenio del siglo XXI, somos de los países con mayores celulares, teléfonos y vehículos de motor en América Latina, y sin embargo, la calidad de la comunicación es cada vez peor. El grito y el espasmo vencen al pensamiento sereno, el trabajar la palabra y las imágenes en la literatura es suplantada por las factorías literarias de nuestros  premios nacionales, mientras a mayor bytes y twitters y vaya usted a saber, menos alma.

Necesitamos desarrollar una cultura del diálogo, donde las diferentes concepciones no tengan que amainarse en un solo cauce. Hay que potenciar el encanto y la necesidad de que todos seamos diferentes, y sin embargo, comprometidos en causas de bien común. Si bien arrastramos una cultura histórica del fracaso, un día podemos levantarnos y asumirnos, si bien no con un nuevo rostro, al menos sí con un nuevo gesto, que para eso es que tenemos los ojos y la boca y los oídos: para superarnos.

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Espacio: Pensamiento: Caribe: Dominicano

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