Cielo naranja
Una inmensa mesa de billar

Cielo naranja<BR>Una inmensa mesa de billar

Los dominicanos brillamos  por la ausencia y por los flashes. Mundo esquizo el nuestro. Cuerda tensada. O Trujillo o Juan Luis Guerra o el último pelotero. Carlos Fuentes celebra su cumpleaños y no hay dominicano, tal vez no tiene tales amigos, y a sus ochenta años, qué raro. Después de Bosch y Mir, poco… En la Feria del Libro de Guadalajara, la gran fiesta del libro en castellano, no se destaca ningún criollo. Busco en la FNAC de Barcelona algún nombre familiar dentro de los «cien artistas latinoamericanos» pero nada. Jimmy Hungría pasó por el Centro Cultural Reina Sofía, en Madrid, y sobre arte dominicano sólo encontró un libro, «Apremios», de Alanna Lockward, publicado en Murcia, escrito entre Bonn, Miami y Berlín. Edward pasea por el Virgin más grande de París y lo único que encuentra es «dominicaine» en la sección de música tropical, ¡lógico! David tiene más suerte en Delhi, porque acaba de encontrar un cuento de Juan Bosch, pero en tamil. El Frankie Boy también tiene suerte, porque en un poema de Lawrence Ferlinghetti, «Bassball Canto», descubre que Juan Marichal sigue pitchando con el pie tocando las barbas de Dios. Yo también descubro las nativas dominicanas en un poema de Washington Cucurto, poeta argentino autodenominado poeta dominicano, el «Maradona de Barahona» como dice uno de sus versos, le pregunto en Potsdam que cómo es la cosa esa y me responde que cuando llegó a Buenos Aires sólo esas trabajadoras sexuales dominicanas fueron las que le dieron apoyo de todo tipo, quedando de esa época reguero de palabras, expresiones, vivencias, una especie de lunfardo-hablar sureño dominicano, en fin, los huracanas en el espagueti. Veo la película chilena «Promedio rojo» y de repente hay una fibra que me salió, como un resorte que se dispara de la silla y te raya cualquier saco, porque alguien comenzó a cantar «Por caridad» o «Por amor», del divino maestro Solano, e imagínese usted, esa nieve berlinesa afuera. Llamo a Jimmy Hungría, y si no está en algún resort o en el parque de TeleAntillas, me dirá que también en la película «Y dónde está el piloto» hay un momento donde Karem Abdul Jabbar pregunta por un dominicano. Hablo con Arturo Rodríguez Fernández y el Arturo me habla de una película italiana, que olvidé, donde de repente salen con «Compadre Pedro Juan», casi lo mismo que luego haría Nani Moretti con «Caro Diario» y «Buscando visa para un sueño». ¡Oh lo dominicano!, que vayas y que vengas y que no te entretengas. Nos mencionan, sí, porque somos simpáticos o nos movemos bien y por los músculos de por medio. Del otro lado de la valla, pienso en los dominicanos creadores que se han largado, porque simplemente, si no, se asfixian en la Isla. Pienso en mis amigos más cercanos y de los 80-90 –Josefina Báez, Rita Hernández, Juan Dicent, Rey Emmanuel Andújar, Paul Álvarez, Alexis Guerrero, Dio-genes Abreu, Julio Alvarado, Reynaldo García, Nicolás Dumit, Alanna Lockward- y pienso que lo dominicano es una inmensa mesa de billar, preguntándome, ¿y dónde está el piloto?

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