CIELO NARANJA
Viajar hacia Erik Satie

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Entre el aeropuerto de Orly  y la «Ile» de Francia está Arcueil. El pueblito de la periferia está hibernando desde hace  siglos. Todo sigue  lento, como si algunos personajes de David Lynch cruzaran a la fonda vietnamita dejando en su camino restos de orejas y más misterios.

En Arcueil vivió y murió el compositor Erik Satie (1866-1925). Desde aquí tomaba el mismo metro que todos tomamos para llegar a Montmartre sin pensar que habrán cartas por abrir y otros mundos más allá de Eifel. Aquí descansa y agobia alternativamente.  Difícil que es sacar de la cabeza sus embriones desechados,  los preludios a la puerta heroica del cielo, sus piezas congeladas, la música para amueblamiento, su sonatina burocrática, las danzas griegas o Gymnopedies o sus Gnosienne, los amantes esperando llegar y sólo oír noticias y que el mundo se esfume ahí afuera, por lo menos hasta que hayan ganas de algún pan u otro paseo.

Debió caminar lento y admirarse de aquel París que salía de la Exposición Universal y se quedaba retorcida junto a sus hierros art Decó. No hubo misterios en su vida, aunque sí uno que otro escándalo dentro de aquella tropa de bailarines rusos y Picasso, artistas de todos los calibres, desde  Debussy y Ravel hasta Poulenc y Les Sixs,  siempre asintiendo a los devaneos de este señor de bombín y gesto socarrón.

Con  Satie comenzó  el arte moderno. Fue postmoderno mucho antes de que supiésemos qué era la modernidad. Se inventó una iglesia a su medida, sólo para él. Se vengó de sus profesores –él, que podía ser profesor de muchos de ellos por su edad, experiencia y creatividad-, componiendo una pieza de tres líneas, «Vejaciones», que debía ser interpretada consecutivamente  840 veces tal vez hasta el agotamiento, algo así como 18 horas tocando sin interrupción.

Paso por Arcueil y luego me entero de que David Puig también vivió por aquí. ¿Será por eso que sólo se le verá peleándose con los conductores de Ridshas en Delhi?

Donde Satie ha tenido  mayor suerte ha sido entre cineastas y melancólicos. Los grandes intérpretes han pasado de largo por ahí: sus composiciones no requieren destrezas interpretativas ni gestos a lo Gould ni estar sudando como lo haría Bernstein. Toda una fila de directores, desde Louis Malle hasta Woody Allen, han hurgado en su obra para hacer que alguien se confronte con la muerte -«Le feu follet» (1963)- o con crudos desgarramientos  interiores –»Another Woman» (1988), con una Mia Farrow que mejor de ahí nada. Más recientemente, es posible advertir la impronta de Satie en Takeshi Kitano –»Violent Cop» (1989)-, y en «Abouth Schmidt» (2002), dirigida por Alexander Payne y con un Jack Nicholson confirmado en sus últimas costas.

Los afiebrados con Satie son y somos muchos. Hay intérpretes para todos los gustos. Yo recomiendo a France Clidat,  Riri Shimada y Anne Queffelec. Buen viaje a los que se montan en el tren de Erik. Satie.

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