Cielo naranja
Volviendo a los ecos del destierro

<STRONG>Cielo naranja<BR></STRONG>Volviendo a los ecos del destierro

Islas, aislados, aislantes: las derivaciones serían muchas y con grandes márgenes de certeza en el caso dominicano, aunque sólo seamos una media isla –o tal vez por eso, porque no podemos ver al mar completo y siempre tenemos esa sensación de que para hacerlo, tendremos que saltar sobre otros, pero no sobre nosotros mismos-.

Cuando oigo la palabra “patria” debería pensar en eso que acoge y sustenta, en una sábana que siempre caerá en cámara lenta. Sin embargo, junto a esas palmas con frescura de mar y ese café único que tenemos a las cinco de la tarde, también hay un portón que se abre y un desfile que transcurre: el de esa tradición de quinientos años expulsando sujetos que decían (sus)  verdades: Montesinos y Las Casas en el siglo XVI, Sánchez Valverde en el XVIII, Duarte, José Joaquín Pérez y muchísimos otros en el XIX, y ni hablar de los del siglo XX.

En la versión de “dominicanidad” tal como predomina en la actualidad en el país dominicano, hay un principio autoritario, trujilloneano, en tanto sólo nos adscribimos a un pasado y en el mismo, a una vinculación hispánica. Si a ello se agrega lo “monopinto” de la política, la homogenización del pensamiento conservador –que es el punto donde coincide el corpus partidario-, advertiremos que la vieja línea liberal, no por vieja es “políticamente correcta”.

Aquél viejo portón sigue abierto, no con tantas altisonancias, pero está ahí, a la vista de todos.

Ya no hay exiliados.  Ahora es peor, porque el exilio al menos dejaba un aura, una estela, un vaso roto: ahora la gente se va discretamente, como los personajes de René del Risco o Antonio Lockward o Efraím Castillo. Ahora sólo queda esa última imagen del país, la del Duty Free, donde la bola de cristal o el plástico es el último empaque de lo que somos. El país se desangra permanentemente porque se van los ímpetus que no encuentran hueco en las universidades. También se marchan aquellos con “otras” preferencias sexuales, los que quieren respirar no sólo el aire de los aires acondicionados sino también el de poder expresar sentimientos o simplemente caminar por una ciudad donde  el peatón ya no es gente y los gestos de amistad giran alrededor de trescientos pesos, el valor de un taxi de ida y vuelta.

El país dominicano ha constituido su postmodernidad en base a una política de exclusiones. La última “ratio” eran nuestros intelectuales orgánicos, que luego de un prometedor inicio en busca de una nueva sociedad civil, acabaron ampallando las pugnas intra o extra partidistas, especiándose en el consenso y dejándose crecer la barba de la mesura y la responsabilidad a prueba de balas.

En vez de pasar las hojas hacia la izquierda de Foucault, Deleuze y Baudrillard –para sólo citar a parte de la plana mayor-, prefirieron celebrarle los chistes a Cuquín y dejar que la ruleta girara y girar hasta el próximo mareo.

¿Resignación, nuevo impulso o taking easy?

¡Oh, pequeño saltamontes, pequeño hombre del tamborcito, la respuestas sopla en el aire!

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