Cielo naranja
Y el Ministerio de Cultura sigue pegando parches

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Son tantos los temas relativos al desarrollo y la democracia en países como los nuestros: la competitividad económica, la innovación en el área de las ciencias, la reconfiguración de los mapas culturales con la llegada de internet, el uso de los recursos naturales en función del desarrollo social, las nuevas formas de agregación social, el rol de las organizaciones no gubernamentales como como ejes de balanceamiento del Estado patrimonial.

Podría seguir enumerando y pasaría de las 500 palabras que aquí me son permitidas. Sin embargo, tengo que volver a lo que me resisto: la crítica al Ministerio de Cultura, a ese su dar tumbos tratando de reparar parches con más parches.

Mi deseo sería levantar un puente entre las experiencias y las ideas que aquí en Europa Central se generan, de manera que pudiésemos aprovechar desarrollos, pero los barcos sucumben. Cultura es suficiente, muy autosuficiente.

La crítica se sigue entendiendo como un simple mandar flechazos. De lo que pocos se enteran: el deseo es el de trascender el autoritarismo, sentirnos parte del acontecer de la Isla, poder sumar pequeñas voces.  Pero no: Cultura es más que autosuficiente.

Ahora algunos entuertos se han resuelto: apareció “Uno de tantos”, la clásica escultura del maestro Abelardo Rodríguez Urdaneta.

Al parecer volverá al mismísimo lugar donde estuvo en los años 70: a la intersección de la Av. Bolívar con Lincoln. Sin embargo, parece que hay que mostrar más eficiencia de la cuenta. No contentos con “recuperar” esta obra, ahora Cultura quiere ¡sacar las esculturas de la Plaza de la Cultura y rociar a Santo Domingo con ellas!

Esas esculturas están bien ahí. Son parte de una historia, de un diseño, de un entorno. Sacarlas sería desertificar aún más esa hermosa Plaza. Nuestras calles no necesitan más estatuas. De las que están conocemos la historia: el descuido del Ayuntamiento es más que histórico, la ciudadanía capitalina ha desarrollado–lamentablemente-, una cultura del rechazo a las esculturas, tal vez por esa sobreimposición del trujillato, teniendo como consecuencia un casi ataque permanente a las mismas. Además, está el detalle del congestionamiento del espacio público.

Para disfrutarse, una escultura necesita un entorno, una atmósfera. Para insertarse en el lenguaje de una ciudad, a la ciudadanía debe ofrecérsele un elemento dialogante, no la simple imposición de un objeto en sus espacios.

De repente puede suceder que la seriedad de un homenaje a la Revolución de Abril –hablo de una estatua al lado de la Puerta de la Misericordia-, se transforma en un miserable tarantín para poner vasitos plásticos y que la fiesta continúe.

Finalmente, está la cuestión de los recursos. ¿Cuántos millones costaría remover esas estatuas? ¿No le traspasaría Cultura la responsabilidad de las mismas al Ayuntamiento? ¿Y cuál ha sido la actitud de este último con esas obras? ¿Ha aprendido Cultura la lección de “Uno de tantos”? ¿Se puede barajar así la realidad y la memoria urbana? ¿No hay otros temas más acuciantes para la Cultura dominicana? ¿Seguiremos viviendo en el país de mudos y sordos? ¿Tierra a la vista?

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