Cielo naranja
Yipeta y dominicanidad, ¡valientes alcemos!

<STRONG>Cielo naranja<BR></STRONG>Yipeta y dominicanidad, ¡valientes alcemos!

No sé en cuál escala de valores estará la yipeta para los dominicanos, pero de que el monstruo ese vale, sí que vale. Tal vez su invento valga más que los rayos X o la invención del barco a vapor. ¡Oh el vapor! Las yipetas van a todo vapor. Son seguras. Son amplias. Te sientes como en el mando de alguna nave de George Lucas. Gozas de una buena altura. Tienes la música que quieres. Tienes la  opción de ser o no visto. Cuando te subes, tienes la sensación de que te deslizarás sin grandes contratiempos, aunque si eres gordito como yo tendrás que hacer tus esfuerzos previos. Cuando te bajas, tal vez el mundo esté a tus pies.

Estamos en la era de la yipetocracia. El tema de las yipetas aflora más que el de la salud, el desempleo o la educación. Puedes estar en cualquier ministerio y con seguridad que la primera prioridad de los ministros y funcionarios de turno será resolver el problema del parqueo para las yipetas. ¿Que qué-sé-yo cuántos millones para un parqueo móvil? No problem. Los empleados podrán pasar hambre, calor, atrasos en su pago de sueldos, pero las yipetas deben estar a buen recaudo. Los antropólogos ya deberían dejar el coro ese de Malinowsky y comparsa e internarse en los parqueos de las oficinas públicas y también en los privados, para que vean por dónde es que nos movemos. ¡Olvidad las cuevas taínas! ¡Apresuraos por los parqueos!

La felicidad de nuestras nuevas familias son proporcionales a la cantidad de yipetas en el hogar, y si no pregúntenle a nuestros congresistas, con dos aparatos de eso en la casa y el derecho –la obligación- de una cada año.

Hace cien años los caudillos se conocían por el nombre y la calidad de sus caballos. Ahora los nombres de las yipetas valen más que los títulos nobiliarios. Si  el último bachatero o merenguero urbano no tiene esta o aquella, es que no le ha ido bien. El concepto de bienestar ya no se mide por la relación salud-trabajo-tiempo libre, sino por el lema “dime la yipeta que (tienes) (quieres) y te diré quién eres”. Para ser serios y confiables ya no basta estar como Gardel, con que “perdí la mirada, errante”, ni tampoco las corbatas ni el perfume de moda ni la palabra precisa ni la sonrisa perfecta, oh Milanés, ¡hay que bajar de una yipeta!

Las yipetas son temas esenciales en la obra de Limber Vilorio, Maurice Sánchez y Ángel del Rosario. “¿Quién tiró la yipeta?” fue una exposición memorable. ¿El motivo?: Una yipeta arrojada al mar, en la que los peritos policiales lograron encontrar “perfume de mujer”.

Las yipetas tienen un valor terapéutico. Como renegamos de nuestra medio-isla caribeña, saltar de la yipeta a la oficina te permite burlar al sol, al calor, y también las calles polvorientas, la miseria que siempre anda a pie, los sueños del milenio que nunca cumpliremos, porque aquí el color de la yipeta y la calidad de sus gomas –para no hablar de la yipeta misma- vale más que la gente y sus sueños y sus derechos y su mismo futuro…

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