CIELONARANJA
NelsonRicart-Guerrero, poeta de la felicidad   

<STRONG>CIELONARANJA<BR></STRONG>NelsonRicart-Guerrero, poeta de la felicidad<STRONG>  </STRONG> 

POR MIGUEL D. MENA
Estos son tiempos duros para la poesía: hay demasiada.
Tratar de sacarle chispas a las palabras, complacer a los posibles críticos, salir con la vergüenza ganada, como si Sancho de repente hubiese enflaquecido, todo parece confabularse para que el poeta, en vez de aligerarnos la vida, se dirija a la vía contraria.

Accedí a la poesía de Nelson Ricart-Guerrero gracias a la sección «Palotes», la mítica sección que coordinaban a finales de los años setenta Enriquillo Sánchez y Guillermo Piña Contreras en la también mítica –y desaparecida revista- Ahora!

En aquellos años, imbuidos por conceptos-tijeras como «compromiso» o «conciencia», la poesía de Ricart-Guerrero se me aparecía algo cruda en su realismo, luminosa como los impresionistas franceses y extrañamente familiar.

A la vuelta de tantos años –y poesía-, el barco al final pudo congregar a todos aquellos pasajeros del verso. Nelson Ricart-Guerrero nos entrega «Boca de tiempo roto» (2006: Letras Gráfica, Santo Domingo), una excelente antología de su derrotero poético.

Un libro así tiene que leerse una y otra vez. Primero, para vencer la curiosidad. Luego, para dejarse llevar por ese extraño hilo de la felicidad que va anudándolo todo, a pesar y en contra de momentos en los que sólo cabría pensar en la indulgencia del fuego y de las máscaras tropicales.

La lectura Ricart-Guerrero concita sensaciones extrañas: la de dejarse llevar por unas aguas en las que confluyen todas nuestras presencias líquidas. No es el poeta del día a día ni de la época ni de las épocas. Él escribe cuando las palabras no pueden seguir rodando y hay que homenajear con su aprisionamiento a la vida misma. En este sentido, no estamos frente al poeta profesional, ni junto al especialista de los últimos ungüentos ni ante el experimentalista pendiente de cualquier ismo y tratando de ser el novísimo. Eso lo puede intentar con sus otros puentes –la fotografía, la pintura-, pero con la poesía las nervaduras son otras.

«Boca de tiempo roto» recoge poesía escrita entre 1977 y 2002, presentándola a nivel temático. El libro se compone de tres partes: «Eros», «Del alma» y «Del alma y la ciudad».

Visto de conjunto, estamos ante unos textos decididamente valientes. Nunca antes habíamos tenido un autor que con tanto valor y coraje asumiese su derecho al homoerotismo. Autores que señalaran de alguna manera el famoso closet, hemos tenido suficientes: Pedro René Contín Aybar, Hilma Contreras, Aída Cartagena Portalatín, Manuel Rueda. Ninguno, sin embargo, pudo asumirse con todas las consecuencias por la dureza de los diferentes contextos en que vivieron, a pesar de dejar constancia de sus latencias.

Nelson Ricart-Guerrero no es un autor de barricada. Se asuma y basta. Se canta whitmanianamente y se celebra. No está a la espera ni está deseando: el poeta le canta a la alegría de su ser. No estamos ante las tensiones a los Cavafis o los desasosiegos de Pessoa ni a las estridencias de Ginsberg. «Elevaciones» es tal vez uno de los poemas donde mejor se trazan sus mapas corporales. Miradas, espaldas, azules, los materiales del poema dan la sensación de estar en una playa eterna, donde los principios de la luminosidad hacen innecesarias la abundancia de elementos, de manera que el poeta puede jugar con su castillo de arena.

«¿Qué hacen los poetas?» es uno de los poemas mejores logrados de esta primera parte. Al principio podría parecer una de las típicas recriminaciones epocales, que tendría a Gabriel Celaya –»La poesía es un arma cargada de futuro», en voz de Paco Ibáñez- como referente directo. Lo que se zumba como piedra al final se decanta como la sensación de paz que esconden los mosquiteros de este mundo:

«Nada y todo es nuevo en este encuentro.

Pero algo parece crearse para que alguien

Nos imagine bañándonos desnudos en otro atardecer»

En la segunda parte de su poemario, «Del alma», Ricart-Guerrero reúne lo más granado de sus explosiones solares. Dudas, convulsiones, preguntas en torno al alma, las erosiones del tiempo en el sujeto y hasta el sentido de que se le da a tanto desprendimiento, todo está aquí.

La casa de la infancia no se quedó en Boca Chica. Boca Chica y casa se esfumaron. La mirada que antes nos enfrentaba a nosotros mismos ahora se orienta a la infinitud del cosmos, a la sensación de hormigueo aquí abajo, en esta tierra en la que nos empequeñecemos.

«Oda al alma» podría ser un buen ejemplo de todo este caos. El poema pierde a ratos su lirismo y le cede la palabra al dolor. El poeta se habla a sí mismo, operando el poema como el clásico sillón de Freud. «Oda al alma» es un poema tosco, duro de digerir, y sin embargo, es un poema de la verdad, de la verdad dura de tragar y más dura aún si sabemos que es lo inevitable del allá afuera.

«Del alma y la ciudad» es la tercera y última parte del poema. Estamos frente a esos textos muy diversos que se recogen porque hay que dar testimonio, pero también hay textos ahí de los que podríamos prescindir: en medio de poemas tan valiosos como el dedicado a Juan Sánchez Lamouth, también hay poesía a veces saturada de historia, como las dedicadas a los héroes de Constanza y a las guerrillas del 14 de junio.

Pero el caos también tiene sus fintas: como las tres partes de «Boca de tiempo roto» no operan como mónadas leibnizianas, se puede ir y volver a aquellos poemas de la frescura y los suspiros.

Nelson Ricart-Guerrero es poeta que está repartiendo copos de felicidad.

http://www.cielonaranja.com

Publicaciones Relacionadas

Más leídas