Cien años de soledad: la novela de un continente

Cien años de soledad: la novela de un continente

POR MANUEL GARCÍA CARTAGENA
Cuarenta años después de su primera edición, aunque nos encontrásemos frente al pelotón de fusilamiento, muy pocos de nosotros nos atreveríamos a poner en duda que la obra Cien años de Soledad  constituye un ejemplo fehaciente de que, a través de la literatura, es posible cambiar la idea que las personas tienen acerca del mundo y, sobre todo, acerca de ellas mismas.

 Se ha dado a conocer  un bello volumen conmemorativo de la novela del escritor colombiano Gabriel García Márquez Cien años de soledad, en esmerada coedición de la Real Academia Española, la Asociación de Academias de la Lengua y editorial Alfaguara para rendir tributo a la obra señera de uno de los narradores hispanoamericanos que, entre 1960 y 1970, dieron inicio al lento proceso de revalorización de nuestras letras hispanoamericanas en la mayoría de los escenarios culturales, no sólo del Occidente, sino de todo el mundo.

Su índice incluye un conjunto de estudios sumamente esclarecedores organizados en dos grandes bloques. El primero de estos concierne a la gama casi completa de aspectos relativos a la significación del texto y sus virtualidades narrativas. El segundo bloque agrupa, bajo el título  de «García Márquez y Cien años de soledad en la novela hispanoamericana», una serie de estudios relacionados con el contexto socio-histórico y cultural en el que la novela del premio Nobel colombiano interactúa con otros textos.

Entre los autores cuyos trabajos figuran en el primer bloque de estudios encontramos a tres compañeros generacionales de Gabriel García Márquez: el colombiano Álvaro Mutis, quien nos presenta en su ensayo «Lo que sé de Gabriel» una visión personal de su entrañable amigo y compatriota; el mexicano Carlos Fuentes, quien aborda en su ensayo titulado «Para darle nombre a América» algunos aspectos relacionados con la génesis de la novela de Gabriel García Márquez; el peruano Mario Vargas Llosa, quien desarrolla, en su excelente ensayo titulado «Cien años de soledad. Realidad total, novela total», un análisis sobrio y sugestivo del trabajo de representación novelesca de la realidad latinoamericana en Cien años de soledad.

Pertenecen también a este primer bloque el excelente trabajo de Víctor García de la Concha, actual presidente de la Real Academia Española, titulado «Gabriel García Márquez. En busca de la verdad poética», y el no menos interesante estudio del académico español Claudio Guillén titulado «Algunas literariedades de Cien años de soledad».

En el segundo bloque de estudios encontramos las firmas de Pedro Luis Barcia, presidente de la academia Argentina de Letras, con su ensayo titulado «Cien años de soledad en la novela hispanoamericana»; y la del poeta colombiano Juan Gustavo Cobo Borda, autor del ensayo «El patio de atrás». Completan este segundo bloque de ensayos el estudio del mexicano Gonzalo Celorio, titulado «Cien años de soledad y la narrativa de lo real-maravilloso americano», y el del  nicaragüense Sergio Ramírez, con su ensayo «Atajos de la verdad.

Personaje celebérrimo a quien la fama «lo tomó desprevenido», según su propia confesión, incluso antes de recibir el Premio Nobel de literatura en 1982, el escritor colombiano Gabriel García Márquez, ya se había convertido en una figura pública entrañable, en un escritor admirado por la mayoría, envidiado por muchos, e incluso detestado y denostado por quienes, en aquellos años, creían defender posiciones ideológicas opuestas a la suya.

Con la publicación de Cien años de soledad en 1967, quedó por fin ampliamente confirmado el talento de un escritor a quienes sus homólogos y algunos críticos penetrantes le venían siguiendo los pasos desde la publicación de El coronel no tiene quien le escriba, una novela corta aparecida en 1961.

Y es que, al narrar la historia de la familia Buendía, García Márquez alcanzó a darle una expresión perfecta a las obsesiones sobre las cuales venía trabajando desde sus primeros relatos publicados a partir de 1947. Así, en uno de aquellos textos, titulado «Los funerales de la mamá grande», se había burlado de la inutilidad del tiempo y de la farsa del poder, y había establecido lo que sería una de las temáticas mejor definidas de esta primera etapa de su producción literaria: su obsesión por el tiempo, por su representación y por su relación con la historia.

La historia es así uno de los tópicos recurrentes en su narrativa de ese período, pero él la asume desde una perspectiva pesimista: en el caso de que exista, la historia no sirve para nada, y el tiempo pasa en vano. En este marco histórico hecho de pura frustración, García Márquez parece dominado por la concepción heredada de los autores del Siglo de Oro español, a quienes leyó en su juventud hasta el punto de aprender de memoria, según sus biógrafos, numerosos poemas de Quevedo, Góngora y Lope de Vega. Según dicha concepción, el tiempo implica la usura irremediable de todo lo humano, así como la destrucción definitiva de los universos afectivos.

En Cien años de soledad, esta concepción fatalista de la historia domina la representación, no sólo de los personajes, sino del propio marco narrativo de la novela, mientras el autor nos va tejiendo una vasta exploración de la historia de las sociedades humanas a través de una larga serie de representaciones de la casa, de la familia y del pueblo, según el triple esquema historicista de génesis, desarrollo y apocalipsis.

Es esta historia múltiple, ensamblada de manera grandiosa, tierna y truculenta a partir de la idea occidental y judeocristiana de la familia, a partir de la prohibición universal del incesto (que es la tentación permanente del clan de los Buendía) y a partir de la nostalgia de los mundos íntimos condenados a la ruina y al olvido, la que asegura el impacto del libro sobre cada lector.

En efecto, al remitir a una memoria y a un imaginario familiar diversos, Cien años de soledad libera también la memoria colectiva de las omisiones y de las mentiras acomodaticias propias de la historia oficial. En su novela, García Márquez hace aflorar con una fuerza estrepitosa la consciencia del mestizaje que las elites colombianas en particular, y todas las elites caribeñas en general, han intentado siempre negar. Los Buendía, atraídos fatalmente por la carne de su propio linaje, conforman una elite pueblerina que rechaza la renovación de la vida y se niega a mezclar su sangre con la de los demás. Rechazan el ciclo vital, y su soledad es el otro nombre de la incapacidad de vivir el tiempo de todos y de darle vida. Sólo podrían darle vida mezclándose sin reticencia con los demás, en otras palabras, amándolos, pero no saben amar y los únicos dos seres que son capaces de hacerlo realizan al mismo tiempo la vocación incestuosa, engendran el niño monstruo, el niño con cola de puerco, y provocan el apocalipsis que destruye a la familia, a la casa de los Buendía y a Macondo, incluso si su destrucción ya había sido anunciada en el «Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo», relato que en realidad es un fragmento desprendido de La Hojarasca, novela publicada en 1952.

Entre los múltiples temas que se perciben en Cien años de soledad, cabe destacar dos que han conocido, en trabajos posteriores de García Márquez, varios niveles de desarrollo. Dichos temas son el de la soledad del poder y el del amor redentor.

El tema de la soledad del poder atraviesa la escritura de Cien años de soledad desde su título mismo. En este tópico se inscribe tanto la representación del ostracismo que conduce a los Buendía a sistematizar la endogamia como práctica erótico-social privativa, como el microrrelato que narra la suerte del coronel Aureliano Buendía cuando, en el pináculo de su gloria de líder revolucionario, se aísla ferozmente de su entorno y pierde la medida de la realidad. Este tema sería retomado por García Márquez en otra de sus novelas más famosas, titulada El otoño del patriarca.

En cuanto al tema del amor redentor, el cual también atraviesa tanto las páginas de Cien años de soledad como las de El Otoño del patriarca y las de «Muerte constante más allá del amor», un relato incluido en el volumen titulado La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, dicho tema anuncia la principal línea de escritura de sus novelas más recientes, principalmente El amor en los tiempos del cólera y la que lleva por título Del amor y otros demonios, a la que quizás podría considerarse como la mejor historia de amor escrita por García Márquez.

Cuarenta años después de haber sido publicada, la lectura que nuestra época hace de la historia que se cuenta en Cien años de soledad parecer haber apuntalado su interpretación como la vasta construcción de un mito fundacional cuyo alcance trasciende las fronteras del subcontinente hispanoamericano para hacerse extensivo a todas las sociedades humanas. 

La genealogía de la familia Buendía desempeña un papel crucial en el proceso de constitución de dicho mito. El mismo permite al autor articular un relato en el que se mezclan las distintas microhistorias de cada uno de los miembros de esa familia, y de esa manera logra fundir esa historia familiar con el relato del origen, el desarrollo y el fin del pueblo en un marco temporal que, por una parte cubre y, por otra parte sobrepasa, los cien años que nos anuncia el título de la novela.

Para lograr esa fusión, al narrador le resulta sumamente útil manejar la ambigüedad de las referencias cronológicas que se acumulan en este doble relato simultáneo. En su luminoso ensayo interpretativo titulado «Gabriel García Márquez, en busca de la verdad poética», el cual, como ya he dicho antes, está contenido en esta edición, Víctor García de la Concha llama atinadamente a esta ambigüedad «la datación, de tipo faulkneriano». En mi opinión, esta datación «faulkneriana» constituye el principal factor del que depende el efecto de atemporalidad mítica que nos produce la lectura de esta novela. Considérense también otros factores como la presencia en el relato de numerosos personajes con nombres semejantes, y se entenderá más claramente por qué se puede afirmar que la teoría de la historia que maneja el narrador es la misma que funda toda construcción mitológica: la repetición, la eterna vuelta de lo mismo al final de un ciclo.

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