Cien maestros veganos

Cien maestros veganos

Hay maestros que trascienden los linderos ordinarios de la escuela y se convierten en forjadores de la historia de los pueblos.

 El trabajo en y desde la escuela y la calidad en la forma de pensar y vivir lo marcan desde el primer día, pero sobre todo los valores y la calidad humana que deja en los discípulos que forman a lo largo de su fructífero magisterio hacen de él, y todos los de su estirpe, hombres y mujeres honorables.

 Una inmensa minoría de ellos se hizo honorable en el cumplimiento de una labor ordinaria, pero que colinda con el sacerdocio; y que por el hecho de ser una labor constante modela el pensamiento. Muchos de ellos no se imaginaron que, por la utilidad del pensamiento cultivado, iban a convertirse, con el paso de los años, en fragua de varias generaciones.

 La reflexión que hago trascendió, a su vez, los linderos de la simple percepción y llego a otra generación, muy reflexiva, con un sentido del futuro y, sobre todo, con agudeza histórica, que trajo en su seno hombres como el Lic. Hugo Estrella Guzmán y el Dr.Fausto Mota García, dos maestros que jamás se imaginaron que este sería su destino: ser parte de una memoria social e histórica de relevo; y como lo escrito se convierte en memoria dura, igual que el acero, lo que hicieron otros sirve de materia prima para “Cien maestros veganos”.

 Un libro que a la vez se convierte en un eslabón importante para continuar la historia, infinita como el compromiso de enseñar, perdurable, como la gratitud, transferible, porque también escribir la biografía de uno y todos los maestros que reúnen aquí el Lic. Hugo Estrella Guzmán y el Dr. Fausto Mota García, resume un inconmensurable gesto de solidaridad.

Ahora quiero reforzar el plano de la gratitud y la solidaridad de mis palabras con un testimonio.

 El testimonio de lo que significó un maestro en la vida de un hombre que nunca se imaginó su luminoso destino.

 Hablo de Juan Bosch, que a su vez ofrece el siguiente retrato de su maestra de infancia Francisca Sánchez.

 Era ella una muchacha arrogante y gentil: joven, blanca, bien educada; tenía los pómulos anchos como un mongol; los ojillos negros estaban separados como las piedras grandes en las sabanas peladas, y se recogían bajo rectas y escasas cejas; la boca era fina, de perfecto dibujo. En toda la cara le bailaba una alegría sana, que le daba aspecto de cosa luminosa y grata. Se llamaba Panchita. Entre otras gracias tenía la de su voz, tibia y acariciante; la de su plante, altivo, y tímido a la vez, y una acelerada energía a la hora del castigo. Los cabellos rojizos y rebeldes le caían en dos crenchas sobre las sienes y se enredaban en un hermoso moño.

 En segundo momento dice de ella:

 La “señorita Panchita” vestía siempre blusas blancas, de largas mangas, llenas de encajes en el cuello, en los puños y en el “vuelo”. Se mantenía limpia como piedrecita del río. Tenía los hombros amplios, la estatura de buena medida y calzaba zapatos altos hacia media pierna, de larga línea de botones. No he vuelto a ver una mujer sentada con la altivez, la altura de pecho, la gracia de cabeza ni la caída de manos sobre la falda que tenía Pachita cuando ocupaba su parda y pequeña silla serrana a la hora de las lecciones.

 Los dos retratos nos permiten ver, primero el fervor de un alumno agradecido, que honra con sus palabras a quien retrata y describe en su oficio. A ese aspecto sigue el énfasis que pone en el entorno humano de una escuela rural, los recursos “disciplinarios de la maestra” en aquella época, y el aporte y la corrección al vestir y sentarse. No hay mejor descripción de una maestra que ejercía su oficio en una casa familiar, donde hacía espacio para un aula de escuela.

 A Juan Bosch lo bautizó el pueblo como “profesor”; y el pueblo dominicano, incluidos los ciudadanos de su ciudad natal La Vega, no olvidan que aprendieron las palabras democracia y honradez de su coherente estilo de vida, no sólo de sus labios, que en su momento también fueron instrumentos al servicio de la verdad histórica.

 El lector tiene en sus manos el segundo volumen de “Cien maestros veganos”, un libro con múltiples voces, tejido con los hilos de la solidaridad, que rinde tributo al honor y la perseverancia. ¿Cuál es su misión en este mundo tan vital y convulso? Alguien dijo una vez que la voz de un maestro nunca muere, porque de ser así, el mundo se volvería árido: callaría el pensamiento y la vida.

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