Para dar a un niño valores, hay que tenerlos. El amor a sus hermanos, el respeto a los papás, proponerles el sentido del deber, la gratitud, el perdón, el amor a Dios, esos son buenos valores. Los niños de hoy serán los adultos del mañana que serán a nuestra imagen y semejanza. Ellos nacen en una familia, tienen un padre y una madre, de ellos heredan todo lo que son, por eso es normal ver su parecido físico. Pero los hijos heredan también la calidad buena o mala del alma de sus padres. Se parecen a su padre y a su madre no solo en el color de sus ojos, en la cara, sino en el color de su alma.
No se puede evitar que los hijos copien y hagan suyas las virtudes y defectos de sus padres. Asimilan los ideales grandes o mediocres de sus progenitores, son cera blanda en donde se pueden imprimir los grandes ideales o los grandes vicios. Por eso al educar a tus hijos debes tener en cuenta primero, no lo que les darás, sino lo que tú eres, lo que tu haces. Ellos aprenden mucho más por los ojos que por los oídos, harán lo que te vean hacer, no tanto por lo que les digas. Ellos seguirán tu ejemplo. Los niños son también maestros para los adultos. ¡Cuánto tenemos que aprender de esos pequeños! Sobre todo su alegría, su sencillez, su mirada y su alma limpias, su entusiasmo por la vida.
El entusiasmo es la cualidad más notable de un niño. Su opinión del mundo es magnifica, todo le encanta y le fascina. Podríamos decir que el secreto del genio estriba en conservar el alma de niño toda la vida hasta la ancianidad. Que la vista de estos pequeños nos junte a todos para decir un sí grande y firme a la vida. Tratemos de ser niños toda la vida, porque los niños son los que más disfrutan de este mundo, son los más felices, cuando no se le niegan sus derechos y cuando se es responsable de guiarlos en la vida a la que les hicimos llegar.