Ciencia y espiritualidad

Ciencia y espiritualidad

LEONARDO BOFF
De Einstein es la frase: «la ciencia sin la religión es manca, la religión sin la ciencia es ciega». Con esto quería decir que la ciencia llevada hasta su agotamiento termina en el Misterio que produce asombro y fascinación, experiencia típica de las religiones. La religión que no se abre a este misterio de las ciencias deja de enriquecerse, tiende a cerrarse en sus dogmas y se queda ciega.

La ciencia se propone explicar el cómo existen las cosas. La religión se deja extasiar por el hecho de que las cosas existan. Lo que es la matemática para el científico, es la oración para el religioso. El físico analiza la materia hasta su última división posible, los topquarks, llega a los campos energéticos y al vacío cuántico. El religioso capta una energía inefable, difusa en todas las cosas hasta en su suprema pureza en Dios.

Ciencia y religión se preguntan: ¿qué pasó antes de la gran explosión (big bang) y del tiempo? Muchos científicos y religiosos convergen en esta forma de pensar: Había el Misterio, la Realidad intemporal en absoluto equilibrio de su movimiento, la Totalidad de simetría perfecta y la Energía sin entropía.

En un «momento» de su plenitud, Dios decide crear un espejo en el que poder verse a sí mismo. Crea aquel puntito mil millones de veces menor que un átomo. Un flujo inconmensurable de energía es transferido hacia dentro de él. De repente, todo se inflacionó, y después explotó. Surgió el universo en expansión. El Big Bang, más que un punto de partida, es un punto de inestabilidad que, en su afán por crear estabilidad, genera unidades y órdenes cada vez más complejos como la vida y nuestra conciencia.

El Principio de autodeterminación del universo está actuando en cada parte y en el todo, formando una inconmensurable red de relaciones. Dios es la palabra que las religiones encontraron para ese Principio, sacándolo del anonimato e introduciéndolo en nuestra conciencia. No hay palabras para definirlo, por eso es mejor callar que hablar, pero si todo es relación, entonces no es contradictorio pensar que Dios sea también una relación infinita y una suprema comunión.

Esta es la idea testimoniada por las tradiciones religiosas. La experiencia judeo-cristiana narra continuamente las relaciones de Dios con la Humanidad, un Dios personal que se muestra en tres vivientes: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El ser humano siente esta realidad en su corazón en forma de entusiasmo (filológicamente significa tener un dios dentro). En la experiencia cristiana, se dice que Él se acercó a nosotros, se hizo mendigo para estar cerca de cada uno. Es el sentido espiritual de la encarnación de Dios en nuestra miseria.

El anhelo fundamental del ser humano no reside sólo en saber de Dios por oír hablar de Él, sino en querer experimentar esta realidad. Actualmente sería la ecología profunda la que crea el mejor espacio para semejante experiencia de Dios. Se sumerge entonces en aquel Misterio que todo lo penetra y todo lo sostiene.

Pero para acceder a Dios no hay un solo camino ni una sola puerta. Esta es la ilusión occidental, particularmente de las iglesias cristianas, con su pretensión de monopolio de la revelación divina y de los medios de salvación. Para quien experimentó un día el Misterio que llamamos Dios todo es camino hacia Él y cada ser se hace sacramento y puerta de encuentro con Él. La vida, a pesar de sus muchas travesías y de las difíciles combinaciones de la dimensión diabólica con la simbólica, puede entonces transformarse en una fiesta y en una celebración. Y será leve por ser portadora de la más alta significación.

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