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Humildad y autoestima

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POR ANNA JIMÉNEZ
Para muchas personas parecen valores difíciles de conciliar, quizá porque en su interior piensan que la humildad es algo tan simple como tener una mala opinión acerca de los propios valores y talentos.

Pero la verdadera humildad no es eso, ni es tampoco una absurda simulación de falta de cualidades, pues la humildad no puede violentar la verdad, no está en exaltarse ni en infravalorarse, sino que va unida al conocimiento propio, a la sinceridad, la sencillez y la naturalidad.

Muchos afirman que las personas de mucho talento pueden más fácil caer en la vanidad o la egolatría. Sin embargo, tengo la impresión de que las actitudes vanidosas o ególatras no son cuestiones de mucho o poco talento, sino que son más bien un problema de virtud, de educación, de sentido común.

Es más, podría incluso decirse que las actitudes engreídas revelan, en cierta manera, poca cabeza: porque todo ese tórrido presumir de talentos que uno ha recibido sin ningún mérito propio es bastante ridículo y carente de sentido, y quizá venga a demostrar más bien que todo ese supuesto talento es bastante escaso.

Tal vez el hecho de que en el mundo abunden los ególatras sea la causa de que se insista tan poco desde los distintos ámbitos de la educación en la necesidad que tiene el hombre de ser educado en un sensato principio de autoestima.

Muchas personas muestran continuamente un lado prepotente, un continuo afán por “humillar” a los hijos, esposos, esposas, padres, amigos y no se dan cuenta que muestran no tener una autoestima positiva, sino una negativa que incide adversamente en quienes le rodean; es un cerco desagradable que normalmente pasa duras cuentas, irrecuperables.

Tome la decisión de sincerarse y decida ser una mejor persona.

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