Cinco días de abril de 1965

Cinco días de abril de 1965

Jesus de la Rosa.

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La noche del 25 de abril de 1965, el presidente del gobierno de facto Donald Reid Cabral tuvo un despertar desagradable. Las emisoras de radio de la Capital de la República, incluyendo la Radio Televisora oficial, ya estaban en manos de las tropas rebeldes. Todas transmitían consignas alentando a la ciudadanía a la insubordinación. El gobernante de facto apenas contaba con unos que otros pelotones de soldados que le fueran leales. Los locales de los partidos políticos aliados al Triunvirato habían sido incendiados. A pesar de las circunstancias en que se encontraba, Donald Reid todavía contaba con el apoyo de la Aviación Militar aunque el jefe de esa unidad, el general Juan de los Santos Céspedes, le había confesado que no estaba en disposición de bombardear los campamentos ocupados por tropas rebeldes. Al presidente de facto no le quedaba otra alternativa que dimitir y así lo hizo.
Alrededor de las 10 de la mañana del domingo 25 de abril, tropas sublevadas del Ejército Nacional comandada por el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó ocuparon el Palacio Nacional.
Pero, aún quedaba un gran problema por resolver: la naturaleza del gobierno que habría de sustituir al Triunvirato recién derrocado. Unos oficiales deseaban que fuera restaurada la Constitución de 1963 y que Juan Bosch fuese de nuevo aclamado como Presidente Constitucional de la República; también, deseaban que, mientras se esperara que el líder del PRD regresara de su exilio en la vecina isla de Puerto Rico, el presidente de la Cámara de Diputados, doctor Rafael Molina Ureña, actuara como presidente provisional. En relativo desacuerdo con ellos, otros grupos de altos oficiales planteaban que el gobierno depuesto del Triunvirato fuera sustituido por una junta militar que durara seis meses en el poder y que, una vez concluido dicho plazo, convocara a elecciones libres.
En principio, muchos oficiales y soldados constitucionalistas llegamos a creer que los altos jefes militares ya se habían puesto de acuerdo en relación con la naturaleza del gobierno que gobernaría el país en sustitución del llamado Triunvirato. Lamentablemente no fue así. No hubo tal acuerdo entre las partes. Sin tomar en cuenta esos hechos, Molina Ureña inició su mandato nombrando varios ministros y gobernadores de las principales provincias, declarando una amnistía general y anunciando el regreso de los exiliados. Las esperanzas de paz y tranquilidad comenzaron a desvanecerse. Militares acantonados en la Base Aérea de San isidro y en el Centro de Enseñanza de las Fuerzas Amadas (CEFA) desconocieron el gobierno provisional de Molina Ureña y anunciaron que al menos que no se accediera a abandonar la idea de colocar a Juan Bosch en el poder para darle paso a una Junta Militar, los aviones de San Isidro bombardearían el Palacio Nacional, y así fue: Alrededor de las cinco de la tarde del 25 de abril, aviones P-51 de la Fuerza Aérea Dominicana bombardearon el Palacio Nacional, sede del gobierno civil, y los Campamentos 16 de Agosto y 27 de Febrero. La alegría de los primeros momentos se había transformado en incertidumbre.
Alrededor de las tres de la tarde del 26 de abril, unidades navales apostadas frente al malecón de Santo Domingo comenzaron a bombardear el Palacio Nacional. Dos corbetas y una fragata descargaban sus cañones contra una ciudad indefensa. Al atardecer de ese mismo día, todavía caían sobre ese edificio sede del gobierno y sobre los campamentos controlados por las tropas constitucionalistas bombas y proyectiles disparados desde barcos y aviones que parecían anunciar el principio del fin. Contraatacábamos con rabia y lágrimas en los ojos, empezando ya a sentir el peso de la duda y del remordimiento por haber conducido al país a la desgracia, a una lucha sin sentido, movida por el odio y el rencor.

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