Cinco dificultades para escribir la verdad

Cinco dificultades para escribir la verdad

Debía considerarse lectura obligatoria para todo aquel que emborrona cuartillas y las publica en los periódicos, aquel opúsculo escrito por Bertolt Brecht hace casi siete décadas. Eran aquellos los años del surgimiento del nacional socialismo alemán de la mano de Adolf Hitler.

Sin embargo, ese brillante intelectual mantuvo su libertad de pensamiento a pesar de la opresión. Con escasas modificaciones, este texto podría adecuarse a nuestro tiempo en el que las ideologías y la política seria perecen en República Dominicana bajo los embates de quienes tratan de perpetuarse en el poder.

Glosando a Brecht, muchos debían saber que quien pretenda escribir la verdad y así combatir la mentira debe poseer cualidades suficientes para superar, cuando menos, cinco dificultades. Primero, debe tener el valor de escribirla aunque desde el poder traten de sofocarla. Segundo, poseer la sagacidad de identificar lo cierto aunque desde sectores diversos la desfiguren. Tercero, tiene que estar tocado por el arte de manejar la verdad como un arma de combate.

Cuarto, es preciso establecer el buen juicio para escoger como destinatarios a aquellos en cuyas manos la verdad resultará más eficaz. Y quinto, administrar la habilidad de propagar la verdad entre los que se fortalezcan con ella. Tales dificultades son grandes para quienes escriben bajo un sistema en el que la propiedad de la mayoría de los medios de comunicación reside en los sectores dominantes de la sociedad.

Es obvio suponer que, quien escribe, debía decir la verdad. Es decir, que no la sofoque, ni la silencie, ni propague cosas falsas. Que no se pliegue ante los poderosos ni engañe a los débiles. No hay duda de que resulta bastante difícil para cierto tipo de personas no plegarse ante los poderosos. Y entonces optan por engañar a los débiles. Los temerosos se comportan entonces como si estuvieran bajo la mira de los cañones cuando sólo están bajo la vigilancia de unos ricachones.

Esos viven escribiendo vagas reivindicaciones para el mundo de la gente inocua. Demandan genéricamente la justicia pero nunca hicieron nada por alcanzarla. Piden la libertad de obtener parte de aquel botín antes ampliamente repartido con ellos. Encuentran e identifican la verdad sólo cuando todo les suena bien para sus bolsillos. Si la verdad es cuestión árida cuyo hallazgo exige sacrificio y estudio, entonces no la asumen. Sólo exteriormente se comportan como los que dicen la verdad pues el mal que sufren es no querer saber la verdad porque no les conviene.

En los tiempos de crisis, cuando las limitaciones crecen, se discute mucho sobre cosas grandes y elevadas como el equilibrio macro-económico y la modernidad. Se necesita valor en estos tiempos para hablar de cosas pequeñas y mezquinas como la alimentación, la salud y la vivienda de los trabajadores de menores ingresos.

Cuando las actitudes oficiales dan a entender que es mejor el hombre sin conocimiento ni instrucción que el instruido, se necesita valor para preguntar: ¿mejor para quién? ¿Para el trabajador simple o para los políticos que se enriquecen a la velocidad de un tren subterráneo? Cuando el poder utiliza una retórica manipuladora es de valientes preguntar si el hambre, la ignorancia, y la enfermedad no producen deformidad en toda la sociedad.

Asimismo se necesita valor para decir la verdad sobre nosotros mismos, los vencidos de siempre, quienes hemos perdido, a golpes de impunidad, la fuerza para reclamar el cumplimiento de las leyes. Muchos de los que hemos sido perseguidos, perdimos la facultad de reconocer los propios defectos porque, al ser perseguidos por los malvados creímos que eso nos hacía buenos y perfectos. Pero esta bondad fue golpeada, vencida, asesinada y nos faltó valor para admitir la debilidad como inherente a esa bondad. Que “los buenos” fuimos vencidos, no por buenos, sino por débiles. Y eso requiere de mucho valor.

La verdad no puede escribirse sino en lucha contra la mentira. Ni siquiera debe expresarse con estilo antiguo, con lenguaje incomprensible y expresión ambigua. Generalizar con discursos retóricos y ambigüedades, es la forma con que se disfraza la mentira. Aquel que diga la verdad de manera práctica, concreta e irrefutable estará, precisamente, comunicando lo que el país necesita.

Así hablaba Bertolt Brecht, siete décadas atrás.

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