Cincuenta años de Iván García en la escena

Cincuenta años de Iván García en la escena

POR CARMEN HEREDIA DE GUERRERO
Iván García cumple cincuenta años en el teatro. Toda una vida dentro de un quehacer que ha dado sustancia a su existencia, merece celebrarse. Desde aquellos años lejanos en los que aparecía en los créditos de los programas del teatro de Bellas Artes «Boceto: Iván García», todas las funciones propias de esta disciplina han sido abordadas por él con entusiasmo y pasión.

Ha recorrido el camino del teatro paso a paso, sin detenerse, sin precipitaciones, en continuo ascenso: actor de reparto, primer actor, escenógrafo, maestro de generaciones, director y dramaturgo, su faceta más trascendente. Su capacidad interpretativa lo ha llevado a representar los más disímiles personajes de todos los géneros teatrales. Un hombre de teatro, así podemos describir a este gran artista.

Se inicia en la dramaturgia a principios de la década de los sesenta, luego de decapitada la tiranía de Trujillo. Los acontecimientos de aquellos años aciagos, de revoluciones e ideales, de compromisos y cuestionamientos, en un mundo donde aún había cabida para las utopías, marcan de manera indeleble sus primeras obras. La impronta social permanece a través de todo su teatro.

«Los hijos del Fénix», escrita en febrero de 1965, dos meses antes de la Revolución de Abril, es una obra comprometida, una crítica social sustentada en concepciones filosóficas, y elaborada en un refinado expresionismo. Los eventos que ocurren ante el espectador son episodios del pasado, lo que se percibe es la narración, el reportaje de aquellos hechos, y esto, acerca la pieza al denominado subgénero épico. La utilización del narrador, como punto de vista de la fábula, es otro punto coincidente con el género.

Percibimos la obra condicionados por los hechos históricos, de igual manera que el propio autor, con el que podemos estar de acuerdo o no, desde el punto de vista ideológico o estético, pero en definitiva, las referencias comunes de un pasado que se hace presente, siempre funcionaran en nuestra apreciación de la pieza teatral.

«Los hijos del Fénix», como el ave mitológica renace, no muere, es símbolo de la lucha permanente del hombre por conquistar estadíos de justicia. Los actores sociales son otros, las circunstancias son las mismas, las ansias de ayer son las de hoy, arrastrando además, después de tantos años, una carga tremenda de frustración.

La ironía es elemento fundamental en el drama. El personaje central, el «Turbo», el Fénix, es aparentemente un enajenado, pero irónicamente es el más lúcido, es la víctima y el soñador de siempre. Su estribillo encierra la metáfora que sustancia la obra: «Me hace falta algo y no sé qué es».

«Los hijos del Fénix» tiene vigencia, la misma que cuando fue escrita como vanguardia, hace cuarenta años.

La puesta en escena

El discurso escénico de María Castillo es elocuente, teatralmente atractivo. El texto reflexivo de García le sugiere una escena sombría, para la que sólo utiliza los colores negro, blanco y gris, que se repiten en el vestuario. Para la escenografía se vale de módulos blancos móviles en los que recrea escenas inconexas con superposición de imágenes y tiempo.

La paratextualidad de este montaje consiste en una pantalla donde se proyecta en blanco y negro, un noticiero que comenta la vida social y política, convirtiéndose en elemento protagónico. Todo lo que allí vemos es parte sustancial de la obra, y al decir de la directora, la pantalla «no es un apoyo, un refuerzo del discurso teatral, es la columna vertebral de la propuesta».

Otro acierto de esta puesta en escena es la utilización de imágenes de la obra pictórica de José García Cordero, cuyo mundo alucinante sintoniza con el universo angustiante de «Los hijos del Fénix». Las luces cenitales blancas mantienen la monotonía cromática de la escena y las colocadas en los módulos dificultan la buena visibilidad de los actores. Finalmente la pantalla se vuelve multicolor alegoría al paso del tiempo, al presente.

El colectivo de actores de la Compañía Nacional de Teatro da muestra de una perfecta asimilación del texto, que tiene como resultante, estupendas actuaciones individuales. Los personajes más allá del nombre, representan el poder y la represión. Orestes Amador, inquisidor mordaz, construye su personaje a conciencia, de igual manera Jhonnié Mercedes, Isabel Spencer, Luis Dante Castillo, Vicente Santos y Víctor Checo.

El estilo de actuación que muestran estos actores es un elemento unitario digno de resaltar, que dimensiona la puesta en escena, y el trabajo de dirección de María Castillo. Los personajes en pantalla, conducidos con irónica exquisitez por Yanela Hernández, y las imágenes de hechos históricos, se adhieren perfectamente a esta espléndida totalidad escénica.

«Los hijos del Fénix» debe ser vista y analizada por los estudiantes de arte escénico, y disfrutada por aquellos amantes del teatro.

Felicitaciones a Iván García en su cincuenta aniversario de vida teatral.

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