Cincuenta y nueve años de una tragedia en Bonao

Cincuenta y nueve años de una tragedia en Bonao

En el 1952 ya llevaba cuatro años laborando en La Voz Dominicana. Al final del citado año, me encontraba pasando unas vacaciones con mi familia, en “La Villa De Las Hortensias”.

Una noche del mes de noviembre salí para el cine. Ocurriendo que en el trayecto me encontré con dos amigos. Fueron ellos el aviador militar Gustavo Adolfo Jiménez Herrera y su consorte doña Negra Batista García. Nos saludamos alegre y efusivamente y me convencieron para que dejara la película y los acompañara a un agasajo, que en el Hotel Madrid, el propietario del mismo Oscar Batista García, les tenía al síndico municipal don David de Vargas y a su familia.

Desistí de asistir al cine y hacia El Madrid me encaminé con Gustavo y su esposa. Allá todo era alegría y amenas conversaciones. Don David se encontraba asillado entre Gustavo y entre mí. Entró al salón el ingeniero José Fernández, de la directiva del Equipo Licey y Don David le presentó a su esposa Asia y a sus hijos Olga, Elsa, Nito y Orlando. Ya se estaba en las postrimerías del ágape, divisé en una mesa a los amigos Fausto de la Rosa y a los esposos Chago Gil y Nena López Báez, acercándome a ellos para saludarlos. Cuando súbitamente escucho que don David en tono alto corrije a su hermano José Aquilino (Quico), quien le respondía en el mismo tono. Me despedí de las personas que fui a saludar y retorné a la mesa y Fausto de la Rosa me siguió los pasos. Ya mis acompañantes se encontraban incorporados de sus asientos. Y cuando don David de Vargas el señor síndico, vio que Fausto se acercó a su grupo, se disgustó y le manifestó algo airado: “¿Y este Fausto, este gato, qué viene a buscar aquí?”.

El aludido le respondió con cierta acritud. Y para evitar una trifulca, se impuso la cabal decisión de trasladarnos al restaurant de los chinos, el popular “Sang, Lee, Lung”. O sea donde “Los Chinos de Bonao”.

Pero tal pareciera, que en los aires de esa noche flotaba un halo fatal. Y al entrar nos encontramos frente a las vitrinas con don Pedro Cury, un respetado y apreciado comerciante árabe. Todavía y después de más de medio siglo, yo no sé el motivo por el cual don David de Vargas, se incomodó manifestando: “Ahora otra calamidad. Entramos aquí y precisamente aquí, tenemos que encontrarnos con el turco Pedro Cury”. El cuartel de la policía se encontraba a media cuadra. El comandante era Fausto Bienvenido Delgado Pantaleón. Y hacia allá nos encaminamos a tratar de disipar los embrollos. En la capital se encontraba don José Arismendy Trujillo, que en Bonao era batuta, ley y constitución. Se enteró de lo ocurrido, y llamó a don David el síndico. Algunos comentaron que le manifestó que no lo esperara en Bonao. Y don David optó por “envenenarse”. Yo fui al velatorio y al sepelio también. Pasó el tiempo y su hija Olga Zenaida pisó sobre las huellas fatales de su progenitor. Olga dio también “el paso audaz del suicida… Conquistador de la verdad callada”.

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