CINE
Oliver Stone

<STRONG>CINE<BR></STRONG>Oliver Stone

Para hablar del cine de Oliver Stone lo ideal sería poder utilizar esa misma concepción formal que tienen sus películas, pues todo lo que hay por decir no permite su simple presentación lineal ni una convencional exposición de la infinidad de elementos que lo componen, algunos de los cuales son contradictorios entre sí.

Pero el medio impreso físicamente no lo admitiría, tampoco en su lógica, eso sin contar que aquí el ritmo lo impone  el lector, a diferencia del cine, donde es el director el dueño del acelerador, y en el caso de Oliver Stone específicamente, el ritmo es una de las características que más lo definen. Hay otras, ya más de fondo, como esa mirada moral que siempre está presente en el tratamiento de sus temas; la redención, el optimismo o el arrepentimiento como punto de llegada hasta de sus relatos y personajes más aciagos y su abierta confrontación a la  historia reciente y la política norteamericanas.

Su obra es irregular e imperfecta, prueba de ello es su última película, la poco convincente Un domingo cualquiera (Any given sunday, 1999); incluso nadie se atrevería a decir que Oliver Stone es un artista, pero tampoco nadie puede negar que su cine está dotado de gran fuerza, ingenio y contundencia, no sólo por su impactante y atractivo (e indudablemente efectista) empaque, sino también por el tipo de temas y personajes de los que siempre se ocupa, casi todos ellos complejos y polémicos, tanto en su naturaleza misma como en el tratamiento que les da.

Tres thrillers de excepción Pero antes de la parte compleja y polémica que le da identidad a su cine, ocupémonos de las excepciones. Se trata de tres películas que, entre las catorce que hasta el momento ha realizado, hacen parte de un género específico, el thriller, con todo lo que esto significa, es decir, partir de un esquema conocido y manejar unos elementos muy definidos; por eso son películas donde bien se podría reconocer a Oliver Stone o a cualquier otro director.

La primera de ellas (la única que no conozco) es su debut cinematográfico, Seizure (1974), y cuentan las guías de cine que es una historia estilizada pero chocante, en la que un novelista, su familia y unos amigos, son forzados a realizar juegos mortales por tres hombres. Luego realizaría La mano (The hand, 1981), adaptada de una novela suya, titulada The Lizard’s tail, en la que un aterrorizado Michael Caine, después de un accidente, ve transformarse su mano de dibujante en la de un asesino. Pero la película tiene menos fuerza que la mano asesina y sólo se puede sostener con dificultad gracias a la presencia del mejor actor inglés de cine de todos los tiempos (con el perdón de Lawrence Olivier) y a una cierta inventiva visual que ya se empezaba a perfilar como un estilo.

En medio de estas dos primeras películas está el guión de Expreso de media noche (Midnight express, 1978), el filme de Alan Parker sobre un estudiante norteamericano que es encarcelado en Turquía por tráfico de hashish y que le valiera a Stone el Oscar por adaptar la biografía de Bill Hayes. Aquí ya vemos su vocación política y polémica, pero también sus inclinaciones hacia la elaboración de productos de ambigua (por no decir dudosa) calidad, pues si bien se evidencia un cierto rigor y compromiso con el tratamiento de sus temas, también quedan al descubierto algunos “trucajes” argumentales y narrativos, en los que se nos presenta complaciente, manipulador y maniqueo. Esta ambigüedad está presente en casi todas sus películas como director y también en las que sólo firma como guionista, como Caracortada (Scarface, 1983), de Brian De Palma, El año del dragón (Year of dragon, 1985), de Michael Cimino o 8 millions ways todie (1986), de Hal Ashby.

Camino sin retorno (U-Turn, 1997), es tal vez la más sui generis de todas sus películas, no sólo por ser cine de género, sino porque es la única que no ha escrito y con la que deja de lado sus proyectos ideológicos. Según sus propias palabras, quería darse un descanso contando una historia sencilla, dentro de un esquema conocido y sin ninguna moraleja. La historia sencilla es la de un hombre al que las malas pasadas del destino lo llevan a un pueblo perdido en el desierto y en donde conoce a una pareja que, cada uno separadamente, le pide que mate a su cónyuge.

Aunque es una película imperfecta en ciertos aspectos, es una obra de gran fuerza e intensidad, un filme duro y violento, un anti-cuento como a los que nos tiene ya enseñados. Además, no es como los otros dos thrillers de excepción, porque en éste sí se identifica a Oliver Stone, al menos en su estilo visual, el cual para ese momento ya se define por una no muy ortodoxa concepción del plano y una idea del montaje a la que parece incorporar el zapping, produciendo un efecto visual insinuante y simbolista, casi al viejo estilo de los formalistas soviéticos que teorizaran sobre el montaje de las atracciones.

Vietnam, Vietnam, Vietnam. Existe una relación directa entre la conciencia de Oliver Stone y la de su país. Esto se ha evidenciado con especial énfasis en esa parsimoniosa y problemática mirada que da a la guerra de Vietnam a lo largo de tres películas. Esta mirada empieza con su participación en el conflicto como soldado de infantería entre 1967 y 1968.

Después de dos heridas en combate y de ganar una Estrella  de Bronce y un Corazón Púrpura, regresa a mascullar la derrota moral y el “empate” militar de la mayor potencia mundial contra aquel lejano e insignificante país oriental. Comienza por hacer un examen de la conciencia individual de los soldados en Pelotón (Platoon, 1986); luego, por persona interpuesta de Ron Kovic, reniega contra lo absurdo y errático de aquella guerra en Nacido el cuatro de julio (Born of the fourth of july, 1989); y finalmente, se pone en el lugar del “enemigo” en Entre el cielo y la tierra (Heaven and earth, 1992).

Ya con su guión de El año del dragón nos anunciaba que, al igual que el personaje de Mickey Rourcke en la película de Cimino, su guerra no había terminado, que todavía le retumbaba en la memoria y en la conciencia y que su obligación como director comprometido era dar cuenta, desde todos los puntos de vista posibles, de todo lo que esta guerra implicó para Norteamérica y su pueblo. La de Pelotón es la perspectiva interna de la guerra, es la mirada crítica a ese estado de erosión moral en que se encontraban muchos soldados a medida que pasaba el tiempo y empeoraba el  conflicto.

Para trasmitir esta idea, Oliver Stone plantea un guión simple pero efectivo y se vale del enfrentamiento entre el bien y el mal, representado por los sargentos Barnes y Elias, como recurso dramático y expositivo. Tal recurso funciona, pero también, inevitablemente, cae en elementales maniqueismos. A pesar de esto, y del sermón final sobre la bondad y el significado de la vida y de su moraleja de “peleábamos contra nosostros mismos”, se trata de una película sólida y vigorosa, donde ese ambiente malsano y de zozobra de aquella guerra es recreado con habilidad y sirve de vehículo para trasmitir una idea fuerte y directa.

Con Nacido el cuatro de julio Oliver Stone sigue planteando una idea simple y directa sobre Vietnam: el gran error que fue y cómo se tomó conciencia de ello. Pero esta vez es una idea más compleja en su construcción, tan compleja como puede ser la vida de un hombre, en este caso un veterano llamado Ron Kovic, quien pasa del ciego patriotismo al activismo pacifista. En medio hay una historia de ilusiones rotas, pérdida de la inocencia (sicológica e ideológica) y triunfo de la madurez y la autosuperación. Incluso el mismo Oliver Stone le ayudó a Kovic a escribir el último y “glorioso” capítulo de su historia al realizar esta película y contar con su colaboración en el guión.

Se trata de una buena película, narrada con destreza y atractiva desde el principio por la  acertada contrucción de este personaje (algo en lo que mucho tiene que ver la interpretación de Tom Cruise), pero nuevamente vemos esa ambiguedad en la mirada moral que hace del tema.

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