Me refiero a la aberrante costumbre de aplicar sanciones económicas a países hasta el extremo de enajenarles bienes y recursos con la pretensión de doblegar a sus gobiernos creándoles situaciones sociales críticas para que se atengan a intereses hegemónicos.
Las sanciones se aplican sin miramientos cuando se sustentan en factores ideológicos o por actitudes que contravienen intereses hegemónicos. No es igual cuando se trata de violaciones a los derechos humanos o del propio orden democrático, que dicen defender, en naciones alineadas con las “naciones centrales”. En esos casos las actitudes suelen ser extremadamente tibias. Recordemos Palestina.
Cuando la ONU aprobó sanciones contra el Apartheid, funcionarios estadounidenses justificaban no aplicarlas porque “afectarían al pueblo”. ¿A quiénes afectan las sanciones por más de 60 años a Cuba y ahora a Venezuela? La estrategia está clara: privar a los gobiernos de recursos y ante las dificultades surgidas responsabilizar a los gobiernos condenados.
¿Por qué no dejar que su “ineficiencia” sea la que los exponga? No es aprobar o desaprobar uno u otro Gobierno, sino atenerse al orden internacional. Una política de sanciones, siempre brutal, resulta más cruel con una pandemia donde los gobiernos sitiados requieren recursos para necesidades sanitarias y alimenticias.
Años atrás, visitando el Departamento de Estado, y recibido el grupo por el subsecretario para América Latina, le expresé que para los cubanos la razón de inamovilidad del sistema cubano eran las sanciones, a lo que argumentó que ellas buscaban que el pueblo participase en un “proceso de cambio”. Evidentemente, sublevación y guerra civil.
Es cínico hablar de crisis humanitarias mientras desde Londres priven de bienes propios depositados en su banca a una nación urgida, reconociéndole derechos sobre ellos a un presidente “encargado” que alegan es reconocido por 55 países y desconozcan a Maduro, nos guste o no, que, aunque cuestionado, es reconocido por 138.
¿Se está volviendo loca esta clase política? ¿Ahora cualquiera desde la oposición puede desconocer a un Gobierno y autoproclamarse “encargado”? Ese precedente podrían aplicarlo a cualquier pequeña nación, como a nosotros. Hace poco la OEA descalificó unas elecciones presidenciales en la región reclamando se volvieran a celebrar. Washington reconoció el resultado y la OEA olvidó su “acérrima defensa” de la democracia.
El caso de Cuba es extremo. Seis décadas de brutal bloqueo y ahora el senador Marcos Rubio promueve que se sancione a naciones que contratan médicos cubanos. El auto proclamado “cubano americano” -senador por Florida, nacido en EEUU de padres que emigraron en los años cincuenta- trata de mantener su voto popular con feroces campañas contra Cuba a lo cual ahora añadió a China.
Ineludiblemente, necesitamos con urgencia un mundo más moral y diverso donde se respete el multilateralismo. Solo así podremos disfrutar de un orden con pleno respeto al derecho internacional donde sí podamos aspirar a un mundo de paz donde las controversias puedan dirimirse en el contexto del derecho y no por políticas unilaterales brutales y crueles.
Lo que urge en el mundo es más cooperación y menos arrogancia y resquemores colonialistas. La salvaguardia del bienestar de lospueblos, su salud y dignidad tiene que prevalecer por encima de obsesiones geopolíticas cínicas.