JOSÉ SILIÉ RUIZ
Como una muy gratísima experiencia podemos describir la noche del jueves, donde fuimos reconocidos como parte del «Círculo Supremo de Plata», que es la más alta distinción que otorgan los Jaycees.
Hace 18 años habíamos recibido de ellos el trofeo de «Joven Sobresaliente», este nuevo reconocimiento ratifica el compromiso de servir que nos trazamos desde muy joven, por convicción y herencia. Lo dedicamos orgullosamente a nuestra familia y a la medicina dominicana.
Debo confesar a los siempre amables lectores dominicales, que al recibir la carta donde se nos anunciaba que habíamos sido escogidos junto a destacadas personalidades, releímos los principios de los Jaycees y sobre ellos filosofé y tratamos de ver en qué medida encajaba con nuestra forma de pensar, y es la razón de este «conversatorio».
«Servir a la humanidad es la mejor obra de vida». En ese tenor la realidad de la modernidad nos obliga a revisar «el servir», ya que por edad más que el saber libresco, importa ahora «la experiencia de vida», la que nos ha ayudado a comprender que para ser felices no podemos separar nuestros trabajos del poder ser útiles en el campo en que estemos. Con el inexorable paso del tiempo se inicia el trance de envejecer y se hace uno más profundo en pensamientos y más prudente en las acciones. Se añoran en ocasiones los años de juventud, pero no por eso volverían. Los que se inscriben en ser útiles y productivos, no les alcanza el tiempo para lamentaciones. El tiempo terrenal es muy corto para aquellos que realizan, por eso se hace uno sabio en entender que esa tarea de servir, de ser útil no es la realizada sólo una vez, sino para siempre, que sin renunciar al apoyo del pasado, ha de realizarse en el presente, con miras hacia el porvenir, pero siendo siempre válido a esa sociedad a la cual nos debemos.
El segundo enunciado señala que: «El gran tesoro de la humanidad reside en la personalidad humana». Esta es una verdad absoluta, que comparto en su totalidad. Esa estructura compleja de herencia y aprendizaje, de ejemplos y de calcos a padres y maestros es indeleble. Con gran orgullo personal a mis años, me siento cada vez más honrado de mi herencia de decoro y moralidad, y de una relación paterno filial de gran camaradería que heredé, y la he trasmitido por igual a mis congéneres. Esa personalidad equilibrada, sabia, táctica, prudente, producto de una familia funcional y amorosa, es la más preciada herencia que pueda pedir humano alguno. El paso de los años nos pone a elegir de si ser «sabio» o «maestro», sabio, es el poseedor de una sabiduría cuasi sacerdotal. El maestro, es la encarnación de un «modelo de vida», es esa personalidad estable y bien estructurada, la que nos enseña que ni uno ni otro tendrían validez, si no somos esencialmente humanos. No podemos vivir aislados en un recinto áulico, prestigiosamente decorado, porque la sencillez de vida, la sonrisa franca, el entender que somos temporales y muy efímeros, lo cual nos ayudará con «dirección espiritual», a entender que si tenemos una personalidad centrada en fortaleza, estoicismo y decisión para el éxito, todas las metas que nos propongamos serán logradas, más tarde o más temprano.
Podríamos seguir en consonancia con los principios de Jaycees y los hago míos, porque esgrimen hermandad y justicia, independientemente de sus orígenes. Creo y defiendo que todo lo que ayude al ser humano en su propio progreso, su mejoría como ente social y como unidad sensible, tendrá en todas las agrupaciones políticas, gremiales, y religiosas, un respaldo, porque el bien común es el bien de todos. Pero quiero referirme al fenómeno universal de «juvenilización», en el mundo. Cada tiempo ha tenido en los más jóvenes esa conciencia mesiánica de sí mimo, en mi época fuimos de corrientes políticas que perecieron, pero con agrado veo y esto como referente válido lo aprecio en mis herederos como en otros muchos jóvenes, que son realistas, comprenden sus fallos y limitaciones, pero están convencidos de ser los portadores de la renovación, y de encarnar el ímpetu progresivo de la historia, y por ello los exhorto a que no desmayen nunca, son ustedes los jóvenes la gran esperanza.
Hasta hace unos años, los méritos y las validaciones tenían rostros, en los barrios, en los pueblos y ciudades, había «honorables», hombres y mujeres de respeto, de vergüenza, que servían de referentes a los más jóvenes, eran mujeres y hombres de compromiso con su pasado y con una hoja de vida decente y moral conocidas. El tiempo y la modernidad los han hecho cada vez más difusos, más lejanos. Los paradigmas han cambiado, ese hombre inteligente que desde su tierna edad comprende que todo cuanto pueda hacer por sí mismo y por los demás es la mejor obra, se hace cada vez más escaso. El de hoy, en gran parte, se ha tornado tangible, sólo le interesan los logros materiales, intrascendente, egoísta, haragán, reptiloide, trepa, claudica, es un pobre de metas. Esa noche del jueves nos ratificó que no todo está perdido, la muestra de jóvenes «sobresalientes», de gran promesa, idóneos, líderes, capaces, laboriosos, verdaderos ejemplos a imitar, reiteró nuestras esperanzas de una «mejor nación».
Cuando recibimos el prestigioso galardón «Círculo Supremo de Plata», recapacité y creemos que sí, las formas de vida han cambiado, pero el idealismo y la moralidad, en cuanto a que son desinterés, amor y decencia puestos en nuestras actividades del vivir, serán para toda la vida. Porque mientras dure la intención de servir y de ser útiles sobrevivirán, porque son inseparables de ellas, y constituyen su alma y su espíritu imperecederos. Mil gracias por este trofeo, lo recibo con mucho más humildad de el que recibí en la juventud, y con un mayor armazón espiritual, que me hace compromisario en esta madurez a continuar siendo un ente de servicio a la sociedad, en esta especialidad del cerebro y las neuronas.