Ciudad y autobiografía en Eduardo Lantigua

Ciudad y autobiografía en Eduardo Lantigua

En una ocasión lo invité al dictar dos conferencias (una sobre la teoría del cuento de Bosch y otra sobre René del Risco) para el programa denominado Corredor Cultural, que dirigía en el Ministerio de Cultura, y fue para mí un motivo de satisfacción tener la oportunidad de que él pusiera en práctica sus investigaciones y conocimientos sobre la teoría del cuento de ambos narradores. Recuerdo que una conferencia la dictó en la UASD y la otra en San Pedro de Macorís.
Su pasión por la teoría literaria lo impulsó a buscar los programas de dicha carrera en Columbia University para “fajarse” por sí mismo a leer, estudiar y buscar los libros de referencias. Ese fervor por la literatura como una “ciencia” -a la manera de Roland Barthes y los estructuralistas franceses de los años 60 y 70-, acaso le viene de su formación temprana -y adelantada- en el campo de la computación y la tecnología de la información, que se remonta a principios de los 70, cuando fue a ciudad de México a estudiarlas, en momentos en que el país era una ciencia ficción, o una empresa remota hablar de esa disciplina tecnológica. De modo que Eduardo Lantigua fue un pionero en ese campo científico, en el cual es un diestro conocedor de un oficio que le ha permitido sobrevivir en Estados Unidos. Del poemario La inagotable lectura –editado por René Rodríguez Soriano en su sello Mediaisla -me ocuparé de la vertiente poética de Lantigua que, hasta este libro, era desconocida para mí, y como una manera de abordar su faceta de poeta riguroso, raigal y contemplativo.
La inagotable lectura es un poema escalofriante y conmovedor. En cada página late el dolor, el desarraigo y la nostalgia. Se articula en base a un contrapunto entre la ciudad de Nueva York y Santo Domingo, en un tiempo de nostalgia de la ciudad del pasado y la visión de la ciudad presente. Memoria y presencia, pasado e instante se entrecruzan, reflejan y refractan, en una escritura desgarradora del ser poético. Topografía y cartografía del deseo y la presencia, este poemario postula una lectura de los signos testimoniales de la palabra. Triunfo de la soledad y derrota de la muchedumbre son dos conclusiones existenciales a las que nos conduce su interpretación: respiración y aliento de la ciudad de Nueva York, vista por un voyerista en la tradición de Baudelaire -ese flaneur de la vida moderna que persiguió los símbolos de la cotidianidad existencial del mundo. Naufragio del viajero y evocaciones de lo perdido, en este texto resuenan los ecos poéticos y narrativos de René del Risco, y también los responsos que emanan de un diálogo constante entre Lantigua y su madre ausente. Esta invocación a la madre se revela en las reiteraciones de versos que enfatizan el poder de la memoria del ser materno, en una especie de edipización pulsional de la escritura.
En este libro la melancolía simbolista es su materia prima, el supremo recurso de la imaginación poética. En Pelegrín la tragedia de la muerte prematura de René del Risco marcó y signó su destino poético, narrativo y su sensibilidad, como a muchos cuentistas y poetas de su generación. Asimismo, hay una estética del miedo y del horror a la muerte, como se aprecia en la sordidez de los días y de las vigilias. En el amigo que conozco, su ser poético crea una atmósfera de la experiencia del deseo y la memoria. Ante la hostilidad de la ciudad, la voz poética se refugia en la memoria de su madre, que es el leitmotiv constante de la escritura de este texto y el telón de fondo de su imaginario lírico. En síntesis, funda un yo poético que nos sumerge y conmina a descubrirlo en el texto.
El vértigo temporal de la ciudad, con su prisa ardiente, devora al ser, en el espacio de la urbe cotidiana. Poesía confesional -la suya-, de potente tono autobiográfico y sutil paisaje interior. Memoria de la ciudad del recuerdo, evocación de la muerte -a través de su madre-, en un diálogo infinito, este poemario es una conversación del sujeto lírico con su progenitora ausente. Paisaje citadino de escombros existenciales y espantos siniestros, estas páginas se leen como una poética del vacío y sus ruinas; es, en efecto, una suerte de escritura de la derrota, del sujeto metafórico que evoca, desde el pesimismo, el mito y la memoria: la ciudad del pasado y la del presente; también, la ciudad amada y la destructiva. Esta poética define la herida del destino y de la vida: evocación de la muerte como experiencia onírica de la madre ausente- desde la experiencia de la postración hospitalaria, desde donde resuenan el luto, el dolor y la nostalgia.
La visión que nos presenta Eduardo Lantigua de la ciudad como telón de fondo de su imaginario poético, sensorial y simbólico es cruenta y sórdida. Su percepción citadina es la de la voz lírica que mira la multitud desde su soledad existencial: evoca la habitación kafkiana de La Metamorfosis, en una imagen del absurdo cotidiano de su autor de culto. La voz poética de Lantigua es la del inmigrante nómada, cargado de abulia y tedio, a quien le pesa la idea del hombre maquinizado y deshumanizado por la velocidad del trabajo diario y la indiferencia de los individuos, lastimados por los avatares de las horas. El diálogo con la madre impresente representa el motivo que desemboca en un soliloquio de la nostalgia y la memoria. El sujeto poético encarna al ser que deambula con el peso del pasado y el desafío del futuro; es la personificación de una razón sensible que habla desde el coraje del destino y desde la pasión embelesada del resquemor. En efecto, ese combate con la soledad lo apacigua con el retrato de su madre en su habitación, como una forma de liquidar la ausencia y convertirla en presencia constante y visceral, con la que tematiza el universo de este poemario. Con esta obra, Lantigua pisa con pie firme en el territorio gelatinoso de la poesía, después de haber incursionado en un ámbito más familiar, como lo es el cuento, del cual es un aventajado y ducho teórico, diseccionador de sus meandros y auscultador de sus técnicas. Espero otras obras suyas, pues lectura y formación le sobran.

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