Ciudadanía versus über-ciudadanía

<p>Ciudadanía versus über-ciudadanía</p>

PAULO HERRERA MALUF
Contrario a lo que algunas personas de mi entorno puedan pensar, el paso por la Coordinación General de Participación Ciudadana me ha convencido aún más del profundo impacto que puede tener el ejercicio de una ciudadanía profesional en la sociedad dominicana. Debo admitir, sin embargo, que la experiencia también me deja algunas reflexiones acerca de los retos que enfrentan en el futuro inmediato los ciudadanos y las ciudadanas organizados en grupos de interés.

¿Qué tiene que suceder para que algunas de estas organizaciones de la sociedad civil puedan jugar un rol trascendente en el sistema político dominicano?

Están claros cuáles son pasos siguientes en la evolución de estas agrupaciones. Por un lado, es urgente que consoliden su propia institucionalidad. Por el otro, deben encontrar la manera de integrar en su dinámica organizacional a la mayor porción posible de esa ciudadanía no alineada, que está ávida de proyectos serios a los cuales apoyar. 

Es claro también que estas cosas no sucederán automáticamente ni con el simple transcurrir del tiempo. Para que estas organizaciones puedan seguir realizando aportes, como lo hicieron durante otras etapas de su vida institucional, tiene que darse una ruptura – liberación, si se quiere – respecto de algunas ideas y actitudes del pasado.

Tienen que dejar atrás los mitos. Empezando por el mito del über-ciudadano.

Aclaremos de entrada que el über-ciudadano y la über-ciudadana no son mitos. Son una realidad patente en algunas organizaciones cívicas. Lo que es un mito es que son ellos y ellas los indispensables para sostener las instituciones y hacerlas madurar; que son ellos y ellas los únicos que pueden ejercer una ciudadanía ética y responsable. Tampoco es verdad que serán quienes harán que las agendas institucionales avancen y se consoliden, por más prestigio y credibilidad que puedan tener.

Todo lo contrario. Es bastante improbable, de hecho, que el über-ciudadano y la über-ciudadana se comprometan efectivamente con una agenda institucional, pues ellos y ellas no conciben a la organización como un instrumento para provocar el cambio en los procesos políticos y sociales, con todo lo que ello implica. Para el über-ciudadano, la organización no es más que un inocuo espacio de expresión. Su espacio de expresión, desde luego. No necesita más. 

Y no necesita más porque para el über-ciudadano lo importante es el ser. Mucho más que el quehacer, lo importante es ser puros, ser mejores. Mucho más que alcanzar logros de interés colectivo, lo que les importa es servir de referente moral a sus conciudadanos. Nada más.

A nivel individual y existencial, esto es perfectamente válido. Pero a nivel organizacional, esto tiene el devastador efecto de relativizar la agenda institucional y de desmovilizar a los mismos grupos que están supuestos a ser locomotoras del activismo social. Una triste ironía.

Ahora bien, lo que sí necesitan los über-ciudadanos y las über-ciudadanas es el usufructo exclusivo y excluyente del espacio institucional. Para ello, tienen el cuidado de aislar a aquellos advenedizos sin credenciales de über-ciudadanía, que pretenden dirigirse a ellos y a ellas como si fueran sus iguales.

Y, ciertamente, no parecen ser iguales. No es lo mismo ser ciudadano o ciudadana a secas, que über-ciudadano o über-ciudadana. Más aún, la noción de que ciudadanos y ciudadanas ordinarios se aglutinen y se movilicen alrededor de una agenda les parece a los über-ciudadanos, precisamente, ordinaria.

El ejercicio de la über-ciudadanía es, en realidad, bastante conformista y consciente de las apariencias. Comienza y termina con el uso de la plataforma institucional como un espacio inerte, si bien celosamente protegido, que permite el regodeo en la propia superioridad moral. Se pueden emitir juicios pomposos y de altos vuelos, pero se evitarán los conflictos porque hacen sudar y deslucen las fotografías. Se trata de una actividad autocomplaciente, infecunda y libre de riesgo; una especie de onanismo cívico.

En lenguaje llano, los über-ciudadanos ni hacen, ni dejan hacer. Cuando esta visión logra imponerse en la organización, el resultado es una costosa inmovilidad, parecida a la de un automóvil encendido, pero al ralentí. Consume recursos, hace ruido, pero no se mueve. No avanza. 

Hay que decir que no todas las organizaciones de la sociedad civil están copadas por los über-ciudadanos y las über-ciudadanas. También hay que decir que los espacios institucionales son compartidos, para el desagrado de estos über-ciudadanos, con una diversidad de personas comprometidas con una agenda ciudadana activa y auténtica.

Pero que nadie se llame a engaño. La tarea más urgente que tienen ante sí estas organizaciones es romper definitivamente con el concepto de über-ciudadanía. Deben comprender que el ejercicio por excelencia de la ciudadanía se da entre personas ordinarias e imperfectas. Y que para ser más que un cántaro que resuena, hay que ejercer presión. Y que la presión se hace en la acera, no desde un pedestal.
p.herrera@coach.com.do

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