Ciudadanía y campaña electoral

Ciudadanía y campaña electoral

EDUARDO JORGE PRATS
Una de las lecciones más interesantes que he aprendido en esta campaña electoral es que, contrario al estereotipo propagado por algunos medios de comunicación, el ciudadano común, el ama de casa, el mecánico del barrio y el estudiante universitario, está interesado en conocer las propuestas de los candidatos a los diferentes puestos electivos. En mis recorridos por los barrios de la Capital, cuando converso con la gente, ésta me pregunta: ¿cuáles son sus propuestas como candidato a senador? ¿En qué se diferencia lo que usted dice de otros candidatos?

Los cuestionamientos me sorprendieron al principio pues se me había vendido la idea de que, en los barrios, la gente sólo quería saber de “disco lights” y de chercha. Pero es todo lo contrario: el pueblo está desencantado de las campañas vacías de contenido y, hasta cierto punto, anhela momentos pasados en que los grandes líderes históricos (Peña Gómez, Bosch y Balaguer) hacían partícipes al electorado de los grandes debates nacionales. Apelando a recursos retóricos diferentes, cada uno de estos líderes supo cumplir su misión histórica de instrumentar una pedagogía política que transmitió y recreó gran parte de los valores que hoy sustentan una parte de la población dominicana.

La mediatización de las campañas electorales, la burocratización de las estructuras partidarias, el ascenso del populismo en sus más perniciosas expresiones, el mayor nivel de escolaridad del electorado, ha transformado, sin embargo, la arena pública. La comunicación entre electores y candidatos no puede ser hoy un camino de una sola vía. Hay una creciente demanda ciudadana de participación que requiere repensar la estructura institucional de las campañas electorales. La gente no es seducida ya por el discurso vacío de siempre. Como bien expresa José Cabrera, esto explica en gran medida el nivel de abstención electoral y cómo los partidos tradicionales se descuartizan entre sí luchando por el cada día más reducido y menos fiel voto duro.

Ante esta situación, ¿qué hacer? En el caso particular de nuestra candidatura, y contrario al sentido común, hemos enfatizado el rol de las ideas y de las propuestas. El resultado ha sido exitoso pero ha encontrado el escollo de un aparato legal e institucional que, al permitir el gasto electoral ilimitado, al no controlar la transparencia de las recaudaciones y al no exigir el contacto periódico y frecuente de los candidatos con los electores y los ciudadanos, privilegia el modo tradicional de campaña y espanta a la masa silente de las urnas. Esto introduce un elemento distorsionante  en la competencia electoral y permite el abuso de posición dominante de las franquicias partidarias tradicionales.

Por eso, la sociedad civil debe exigir la reforma de la legislación electoral para constreñir a un debate de las ideas, principalmente en elecciones congresionales y municipales, en donde debe haber una gran cercanía entre electores y candidatos. De ahí, además, que tanto las organizaciones ciudadanas como los medios de comunicación deben luchar por un tratamiento igualitario de los partidos y por el destape de los canales de comunicación y deliberación. Base esencial de esta reforma es la igualdad de acceso a los medios de comunicación de propiedad y/o gestión estatal por parte de todos los partidos y la prohibición del uso de los recursos estatales a favor de los candidatos oficiales o de la oposición.

De ser elegido senador del Distrito Nacional por el Partido Revolucionario Social Demócrata, una de mis primeras iniciativas legislativas estará dirigida a fomentar la participación ciudadana en las campañas electorales, a transparentar la recaudación de recursos y el uso de los mismos por los partidos, a poner límites al gasto electoral, a obligar a debates cotidianos a todos los niveles de todos los candidatos, a fomentar la igualdad de acceso a los medios de comunicación estatales y, en sentido general, a eliminar toda distorsión del derecho a la participación política, a la asociación política y a la libre expresión de las ideas. La libre competencia política, sin competencia desleal y sin abuso de posición dominante, es pieza esencial de toda verdadera democracia electoral; la participación ciudadana es el correctivo ideal a las distorsiones propias de una democracia representativa que tiende a inclinarse hacia la oligarquía de hierro de los partidos.

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