Ocho comentarios fueron remitidos al Hoy Digital de fecha miércoles 19, con ocasión del desahogo que nos publicaran bajo el titulo «De ciudadanías y globalizaciones». En interés de dialogar a distancia con los amables lectores, recuperamos el tema con la intención de subsanar las posibles heridas causadas a las lejanas susceptibilidades que, además, se han expresado con tanta vehemencia sobre el particular.
Ante todo debemos confesar la agradable sorpresa de saber que el tema mueve a reflexiones.
El problema está en la carga emocional que le pongamos a cada lectura que se hace de un escrito y del grado de apropiación. Ambos juegan un papel importante en la apreciación e interpretación del texto.
Lo otro es el plano desde donde se sitúe el o la que se relacione con el tema. Evidentemente que escribir sobre ciudadanías comporta una serie de presunciones que no todos (y todas) pueden asimilar con igualdad de juicios. Habrá siempre afectados y desafectos, proclives a la reacción ligera o a la mala interpretación.
Otro(a)s comprenderán que desde Santo Domingo es muy poco el peso específico que puede nadie aportar a un debate tan circunstancial como subjetivo en donde se suelen confundir el hambre estomacal con la conceptual, las ansias de progreso intelectual con el desarrollo económico, el ostracismo cultural con el avance frívolo dentro de una sociedad de alto consumo y velocidades vertiginosas.
En Santo Domingo vivimos todavía y por gran suerte y peor destino, aferrados a criterios bucólicos, en tardas postergaciones de todo por cualquier cosa.
Basta constatar cómo un proceso eleccionario no puede discurrir sin sobresaltos, angustias, dudas y además necesitar de la paralización total de todo un país.
Los dominicanos que viven en EU, nacionalizados o no, jurados o no, con o sin ciudadanía, en ocasiones ni se enteran de las elecciones estadounidenses, aunque en las últimas se fraguara un trastrueque típico de nosotros aquí, que hasta arrojó suspicacias en la proclamación del actual presidente. Allá no se puede pensar en otra cosa que no sea trabajar.
Cuando se coje un respiro hay que hacer las faenas personales y en ellas se puede pensar en las tierras lejanas que procrearon esos seres.
Mucho(a)s han tenido que apelar al recurso del esparcimiento compartido con las tareas domésticas y solo cuando estas son compatibles.
Todas las cosas tienen precio de diversas índoles y además tienen costo económico y valores diferentes que pueden ser sentimentales y/o emocionales, íntimos, afectivos, colectivos o eminentemente espirituales. En ese maremagnun de confusiones se vive el día a día con gran seguridad económica, aunque no social y se vive envuelto en el terror sicológico del vandalismo y la delincuencia.
Confesamos que reaccionar críticamente ante las públicas manifestaciones de compromisos donde se intercambian las ciudadanías por conveniencias interpretativas es arriesgado, principalmente por delicado y sensible a la provocación de sentimientos afectivos.
Los que están por allá tienen todo el deber de sumarse a la plaza.
Los de aquí seguiremos arriesgándonos, sin pan, ni monedas duras, a ser felices con cualquier cosa, sin renunciar a nada.