Ciudadanos en jaque perpetuo

Ciudadanos en jaque perpetuo

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Desde que amanece hasta que anochece el dominicano común es aplastado psíquicamente por el desorden, la ineficiencia y la trapacería. Cada día le trae una dificultad o un obstáculo, un atropello o un simple pellizco. A pesar de que no tenemos energía eléctrica durante muchas horas, en las facturas aumenta el monto a pagar casi todos los meses. Se nos dice que las tarifas de la electricidad están “indexadas”, esto es, que varían con arreglo a unos “índices” económicos relacionados con el valor del petróleo, la tasa de cambio de las monedas extranjeras y la inflación en los precios locales.

De este modo, el gobierno mete el índice y el pulgar en los bolsillos del ciudadano y le despoja de una parte considerable de sus ingresos. Lamentablemente, para beneficio de unos pocos “inversionistas” extranjeros y de un puñado de funcionarios dominicanos apoyados por políticos.

De nada nos sirve hacer reclamaciones con respecto a la inadecuada “lectura del consumo” o a la “inexactitud” de los medidores de electricidad. El gobierno no siempre hace efectivo el pago de los subsidios acordados con los generadores, ni tampoco cubre el costo de su propio consumo de energía. Nuestra desdichada clase media, tan disciplinada como indefensa, esta compelida a cubrir lo que no pagan los pobres, ilegalmente conectados a las líneas de distribución. Esa clase media contribuye también a reducir el hoyo económico creado por la falta de pago del gobierno y de algunos ricos inescrupulosos. Esta forma “de operar” es injusta, infuncional, condenada de antemano al fracaso político y económico. Pero una “estructura” parecida se pretende aplicar en el campo impositivo: que paguen más los que ya pagan mucho. ¡Si ya tienen el hábito de pagar, pues que sigan pagando! Y esta docilidad es la causa profunda de tanta explotación.

No entraremos en el examen, sumamente complejo, de los contratos con los productores privados de electricidad. De algunos de ellos puede decirse, por lo menos, que son asombrosos. Con respecto a otros, lo asombroso es que no se hayan modificado muchísimos años después de ser evidente su carácter ruinoso. El régimen de producción y distribución de energía en nuestro país no permite planear el desarrollo de empresas industriales, comerciales, de servicios. ¿Cómo podríamos competir con buen éxito teniendo esas cargas de elevados costos e ineficiencia? ¿Qué se ha planeado en lo que concierne a generación de energía hidroeléctrica, solar o eólica? Las recientes medidas para ahorro de combustible parecen dictadas únicamente por los altísimos precios del petróleo. Algunas de estas medidas conducirán a mayor endeudamiento externo y tendrán pobres resultados en la reducción del consumo. Para colmo, darán lugar a grandes disgustos colectivos.

La obscuridad de las calles incrementa la inseguridad de los ciudadanos. Un temor difuso se percibe en cientos de barrios de las ciudades dominicanas. Dentro de unos días recibiremos de los EUA un contingente de 87 delincuentes dominicanos; de éstos, 46 han estado por diez años en las cárceles norteamericanas. Esos delincuentes añadirán tecnologías avanzadas a nuestras rústicas prácticas criminales. Hace tres semanas fue robada una yipeta del estacionamiento de un supermercado; por medio de una grabación de circuito cerrado de TV, el propietario del vehículo pudo ver como dos jovencitos con una ‘laptop’ abrían las puertas, inhabilitaban la alarma y cambiaban la programación de las cerraduras de su costoso automóvil. Con la promulgación del código penal para menores de edad han surgido bandas de “casi niños”, no mayores de doce años, a fin de eludir prisiones y simplificar los procedimientos judiciales. ¿Quiénes dirigen estas bandas de niños delincuentes “tecnificados?

El problema de la delincuencia es visible en las estadísticas de los asaltos, en el número de ventanas protegidas por rejas de acero, en el auge de los negocios de vigilantes privados, en el volumen de licencias para tenencia de armas que otorga la Secretaria de lo Interior. Después de las once de la noche ningún automovilista cree prudente detenerse ante un semáforo en rojo; prefiere una multa por contravenir las reglas de tránsito que exponerse a un atraco. El problema de la electricidad y el de la delincuencia confluyen en el de la inanidad de la justicia. Todavía no se ha juzgado el fondo de un solo caso de corrupción administrativa. Los periódicos reseñan declaraciones de la fiscalía, sentencias procedimentales de los jueces y nada más. Es, por tanto, explicable que el desaliento y la desmoralización cundan en la sociedad dominicana, en la cual se produce un suicidio cada 24 horas.

En resumen, sufrimos tres clases de obscuridades: el ‘black-out’ propiamente dicho, la tiniebla espesa alrededor de las luminarias sin energía, el black-out social de la criminalidad sin contención y, por último, el black-out moral de la impunidad, de la ausencia de justicia ante las estafas espectaculares perpetradas por funcionarios públicos de primer rango. Los ciudadanos comunes de esta época deplorable viven en jaque perpetuo, atenazados por la escasez y la ineficiencia, agredidos por los delincuentes, sin confianza en las autoridades, sean estas civiles o militares.

Eso quiere decir que el sistema político de la RD está severamente agrietado, o sea, en peligroso trance de fractura.

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