Ciudadanos y políticos razonables

<p>Ciudadanos y políticos razonables</p>

REYNALDO R. ESPINAL
No faltan los arrebatos anarquistas propios de quienes, de una vez y por todas, quisieran ver desterrados del escenario social a los políticos “fementidos”, haciendo descansar en ellos la responsabilidad absoluta por el pesado fardo de nuestras desventuras. Lo triste del anarquista es que no propone ningún orden nuevo- pues donde haya un mínimo orden el anarquista no tiene cabida- , pero mucho menos “se propone” a sí mismo para liderar el cambio. Para el objetivo que perseguimos, por tanto, con el presente artículo, dejemos fuera a los anarquistas.

No faltan tampoco los “inmaculados”. A estos les cuesta encontrar corruptos más allá del litoral político. Para estos la falta de moral es propia de políticos y ya veremos después, “si de refilón”, aparecen algunos casos más. Para este tipo de ciudadano o ciudadana, la corrupción privada y corporativa es una excepción, no una regla. Para mi propuesta estos tampoco sirven. Y ello así porque estos, la mayoría de las veces, se refugian en la torre marfilina de su supuesta probidad pero no tomar participación alguna en enderezar lo torcido.

Tampoco están ausentes de la lista “los arribistas”, los “presupuestívoras”(come presupuestos), como una vez los calificó el Dr. Ramón De Lara. Demás está decir que para el caso estos pseudociudadanos tampoco importan.

Muchas otras tipologías y tipificaciones podrían establecerse. La que más preocupa y duele, sin embargo, por que en ella se juega el futuro de la supervivencia democrática es la del ciudadano “iluso”. Bien podría decirse también “ingenuo”. Son los ciudadanos y ciudadanas propensos a los cantos de sirena, a las pseudopromesas rimbombantes, a la trampa mediática que de manera virtual liquida de un soplo la injusticia y la pobreza.

El germen de la perversión de la democracia está en la pobreza, en la ausencia de una educación cabal que convierta a la mayoría de nuestros ciudadanos en ciudadanos “razonables”. Es nuestra tarea más urgente si aspiramos a regenerarnos como colectivo social.

Un ciudadano “razonable” nunca creerá que en cuatro anos se erradicarán, como por arte de magia, nuestros seculares entuertos; nunca divinizará a un político ni le profesará adhesión eterna. Y sobre todas las cosas, no permitirá nunca que se confunda lo privado con lo público y que “la mala política”” coarte el esfuerzo y la iniciativa ciudadana.

Pero del mismo modo que nos urge trabajar por formar ciudadanos “razonables”, de igual manera nos apremia que surjan en el escenario “políticos razonables”. Y entiéndase que cuando aquí hablo de “razonable” me limito al estricto criterio que para una conducta de tal tipo establece la filosofía moral, a saber “ buscar la proporción entre los medios y los fines”

Un político “razonable”, por tanto, no nos prometería aquello que no puede cumplir, realizaría un esfuerzo responsable por no venderse a sí mismo como la panacea de todos nuestros males ni haría el cínico papel de taumaturgo, fingiendo tener guardada en un lugar invisible la llave que abre la puerta al reino de la felicidad.

Un político “razonable” no diría “tengo la fórmula”, diría más bien, “vamos entre todos a buscar la fórmula” y prometería trabajar con su equipo desde el primer día de su elección para fijar y procurar alcanzar metas razonables.

Nuestra historia latinoamericana- pasada y reciente- es un vivo ejemplo de cómo la pobreza y la miseria y con ello el déficit de educación ciudadana pervierte de raíz la institucionalidad democrática. Los periódicos rebrotes de populismo, los totalitarismos de derecha o de izquierda, los falsos mesianismos que preconizan un nuevo mundo feliz, todo ello viene a confirmar que el cometido que aún nos queda es tortuoso y largo en pos de llegar a comprender que los problemas de la democracia se resuelven “con más democracia”.

No hemos de abogar por la desaparición de nuestros políticos y sus organizaciones. Sólo bastaría que fueran razonables.

Desde luego, para que haya políticos “razonables”, se precisa de “ciudadanos razonables”. Y es aquí donde entra en juego el papel irrenuenciable de las instituciones cívicas, de la familia y la escuela, de los medios de comunicación, de la iglesia, a los fines de que se eleve la conciencia de ciudadanía, pues la pregunta lacerante en el estado actual de conciencia cívica en que nos encontramos es la siguiente:

¿Daremos el voto a un político el día que nos prometa cosas razonables?

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