El mundo occidental recibió la bendición, pero el mensaje no ha llegado aún a los corazones de nuestros pueblos. O ha llegado de manera bastante superficial, con demasiadas supercherías y religiosidad. Aún no hemos entendido eso de: He venido: “para proclamar libertad a los cautivos, (…); para poner en libertad a los oprimidos”. Tampoco ha hecho aún su trabajo la consigna de Duarte: Dios, Patria, Libertad.
A causa de tantos desmanes de los religiosos, intelectuales y cientistas neonatos del Renacimiento y la Ilustración se alejaron de Dios, y llevaron a cabo una revolución de valores, la de la igualdad, la fraternidad y la libertad. Eligieron al pueblo como supuesto juez y soberano, pero de inmediato, burgueses e intelectuales, y militares, se apoderaron del rol de “representar” al pueblo. Y no solo se robaron la encomienda, sino que pervirtieron todos esos valores. Ahora, ante el fracaso de ese modelo y sus derivados: socialistas, neocapitalistas o neofascistas, los occidentales están como el paciente psiquiátrico que pintaba el techo de su celda, a quien otro interno le tomó la escalera prestada, mientras le recomendaba que se agarrara de la brocha. Esa es la situación de unos supuestos valores que no se basan en Dios y tan solo sirven al juego del neoliberalismo, a sus compinches pequeño burgueses y allegados, las cuales no pasan de simples reglas de urbanidad y cortesía, pues lo que respecta a los valores básicos de igualdad, justicia y hermandad, nada hay de eso. Hemos alcanzado una civilización descreída, nihilista, y cínica, que solamente habla de moral y valores para aquietar a multitudes, mientras las azuzan al consumo incontinente, llevando a individuos y naciones a endeudamientos insolubles.
Cuando no hay jueces ni autoridades con capacidad de sanción, los valores son un mito; un engaño, por demás.
Un amigo, experto en tributaciones, me contó que sus colegas europeos dicen que cuando no hay mecanismos de sanción efectivos, los contribuyentes suelen convertirse en evasores. No en vano, Suiza es ejemplo de complicidad bancaria con los peores estafadores y lavadores del planeta.
Solo Dios puede ser verdadero juez. Sin temor de Dios no hay justicia, ni hermandad ni igualdad… ni verdadera libertad. La libertad solamente se produce en el espíritu cuando la criatura se identifica con el Proyecto de su Creador. Nuestro homo sapiens, universal o dominicano, carece de temor a tomar lo ajeno, a malversar la propiedad pública; a lo sumo llega a entender la conveniencia individual o colectiva de no hacerlo.
Faltamos a esos valores cuando no existe quien nos acuse públicamente, ni quien pueda examinar la íntima sustancia emocional y espiritual de nuestros corazones. La democracia resulta un mecanismo igualador solo a medias, pero hasta que los individuos de cualquier sociedad no respetemos al prójimo con temor santo de Dios en nuestros corazones, no habrá ley justa, ni democracia que funcione.
Esta civilización no podrá, sin Dios, alcanzar ningún esquema de valores que funcione. Solo Dios es el fundamento de toda sociedad humana. Solo Dios basta.