Clamor de juventud

Clamor de juventud

En el país se ha puesto de manifiesto en los últimos tiempos un estado de cosas que pone grandes obstáculos al desarrollo de una juventud formada en los mejores principios éticos y morales.

La impunidad que rodea cada acto de corrupción, el ejercicio político desgastado y vacío, que trata de cubrir por medio de «discolight» su falta de discurso valedero, y la falta de oportunidades, dejan a nuestros jóvenes a merced del quienes viven de la descomposición social, de sus tentadoras ofertas de «bienestar».

La corrupción no castigada es un aliciente para el incremento de los actos delictivos y un multiplicador infalible del número de grupos delincuenciales que azotan a nuestra sociedad.

Para los jóvenes sin empleos y con dificultades de todo tipo que les impiden crecer y desarrollarse, es una tentación terrible el verse rodeados de las riquezas que exhiben el narcotráfico y la corrupción.

Este cuadro se agrava si tomamos en cuenta que es cada vez más frágil la unidad de la familia y que han ido desapareciendo organizaciones de bien social como los clubes deportivos y culturales y los grupos de poesía coreada, para citar sólo dos ejemplos de entidades dedicadas a la superación, al reforzamiento de los valores éticos y morales de la juventud. Ciertamente, a nuestros jóvenes les ha tocado vivir una época extremadamente difícil, de justificadas frustraciones.

-II-

Por las causas anteriores es que resulta atendible y de tanta valía el clamor expresado por los cientos de jóvenes durante la celebración de la Pascua Juvenil de la Iglesia Católica.

Su llamado a desarticular toda la maldad social predominante y a exigir que sean respetados sus derechos a la formación profesional sin interrupciones antojadizas e injustificables debería sensibilizar a quienes, desde la plataforma política, se «sacrifican» por alcanzar posiciones de Estado para «trabajar» por el país.

Ha tenido consecuencias terribles para nuestra sociedad el hecho de que los políticos no hayan tomado en serio los males del país y que, salvo honrosas excepciones, que siempre las hay y las habrá, se hayan esforzado únicamente por defender y multiplicar sus propios intereses, aprovechando las posiciones públicas para promover causas particulares en desmedro de las nacionales.

No es la primer vez que nuestra juventud expresa un clamor tan vehemente. No sería extraño que tampoco se le escuche y atienda.

Los países tienen en la juventud la simiente del futuro, el impulso para el progreso económico y social. Si los jóvenes se desenvuelven en medio de las oportunidades adecuadas, el porvenir de la sociedad será promisorio. De lo contrario, solo se multiplicarán los males, como ha estado ocurriendo en nuestro país.

Si tenemos cada vez más jóvenes reclutados en las malas artes, es porque no nos ocupamos de proveerles las herramientas necesarias para forjarse en el bien, en los valores más sanos.

Hay que escuchar y atender el clamor de la juventud.

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