Clamores de otrora

Clamores de otrora

El desprecio de Joaquín Balaguer por las instituciones y su culto a la simulación apadrinó la categoría. Cultivó el homenaje a los “honorables” para encubrir o permitir. Empero, se burlaba del postín y la cuna, de las ventajas que otorgaba el rango social, de la genuflexión del gremio para preservar sus ventajas. Basta la lectura de sus memorias para calar el retintín del prejuicio.

Subraya la pusilanimidad y la molicie de los ilustres miembros de esa casta. Entre las comisiones nombradas ad hoc para sustituir las funciones del ministerio público y del poder judicial, para amagar y no dar, cuando de buscar autores de crímenes políticos se trataba y los grupos de “honorables”, encargados de decidir elecciones, resolver conflictos interpares, redactar proyectos, establecer contactos con representantes diplomáticos, auspiciar la firma de pactos, el oráculo de Navarrete descansaba y eludía, delegando. Hubo “honorables” para todo y entre el grupo de escogidos había sub divisiones.

Un editorialista salvaba vidas y procesos, una sotana decidía conteos, una cabeza encanecida amortiguaba furias. En las provincias, las gobernaciones se ocupaban de atenuar el desmadre. Personajes designados para el desempeño local de las funciones del Poder Ejecutivo, intercedían o simplemente protegían perseguidos y garantizaban vidas en un escondite o gestionando un pasaporte.

La cotidianidad oficial incluía la designación de comisiones y las juntas y presencia de honorables. Difusos los resultados de las diligencias de tan especiales entidades. La revisión de la Gaceta Judicial orienta. Un atentado por aquí, un desfalco por allá, una cubicación acullá y la honorabilidad mostraba rostro e intención. El criterio para otorgar tal categoría iba más allá de calificación profesional o más acá. Se buscaban hombres probos, de fina estampa.

En ocasiones el patrimonio importaba poco, era la buena fama. Y si, hombres, porque escaseaba la inclusión femenina. Con el advenimiento del PRD al mando, en el 1978, la práctica no terminó. Se convirtió en costumbre. Gobiernos van y vienen y frente al atasco, comisiones, comunicados, mediaciones. Y entre decreto y decreto, crisis y soluciones, la figura de monseñor Núñez Collado. El rector sempiterno de la PUCMM, ha fungido como el hacedor de consenso, asistente en la construcción de la democracia. Gestor del diálogo, “incansable abogado y propulsor de la concertación social”, como consta en uno de los editoriales de “El Siglo”- 12.07.1991- “educador, guía juvenil, orientador de la sociedad, moderador de pasiones” – La Noticia-. Inspector de la concordia, quijote, etcétera. Los méritos del Monseñor, para la concertación y para lograr cambios, reformas, en la década de los 90, son indiscutibles. Su talante de gestor y de puente entre contradictores ha sido proverbial.

El símil más cercano es con el controversial Obando y Bravo de Nicaragua, rector de la Universidad Católica de Nicaragua, aunque Núñez Collado no ha sido pugnaz como lo fue Obando contra el FSLN, antes de convertirse en aliado y colaborador del gobierno de Daniel Ortega. Catorce años de un siglo distinto y el responsable de la consecución del Diálogo que logró la redacción de un nuevo Código de Trabajo, del Pacto de Solidaridad Económica, del Acuerdo por una Campaña Electoral en un Clima de Paz, del Pacto de Civilidad, del Pacto por la Democracia, comprende que el tiempo es distinto y su principalía debe tener otros derroteros. Más cautela. Que las tareas divinas están pendientes y el reto terrenal es harto pedregoso. Sin embargo, el protagonismo social y político, luce presa de una noria que inhabilita.

Y entonces, aquellos que criticaban la designación de comisiones y la “honorabilidad”, pretenden emular el estilo. Desde su preterida vanguardia, con temas impuestos, llaman, ordenan, preguntan, manipulan. Y dirigentes políticos, obligados a subvertir, claman por la intervención de Núñez Collado. Ah país de paradojas donde los liberales de otrora, rechazan la institucionalidad y se regodean en su poder y vocería de grupos corporativos y embajadas. El tiempo de lamies no llega. Los seglares no lo permiten.

 

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