Los partidos políticos que por falta de su propia vigilancia meticulosa y por negligencia en la aplicación de normas morales y del sistema jurídico asuman la postulación a cargos de individuos que luego se establezca que son de conductas objetables merecerían, al menos, la más resuelta condena pública. Independientemente de lo que algún código al efecto señale como sanción. El presidente de la Junta Central Electoral, doctor Julio César Castaños Guzmán, ha expresado como posición del organismo que la obtención de candidaturas por personas con antecedentes penales, vínculos al delito o comportamientos reprobables debe ser impedida oportunamente por las propias organizaciones políticas, que efectivamente tienen el monopolio de la postulación. Esto así, aunque el tribunal electoral haga luego su propio trabajo de depurar a los aspirantes y de aplicarles requisitos.
Conductas vergonzosas de algunos que desempeñan funciones públicas, por elección o no, dan indicios de una grave ausencia de rigor al aceptar adhesiones y patrocinios de gente descalificada por la oscuridad de su pasado o de su presente. Se presagia que la pretensión de alcanzar posiciones congresionales y municipales será esta vez mayor en número y en uso del poder del dinero. Que todos estemos en guardia para evitar impurezas; y más que nadie los partidos.
Un balance que debe preocupar
En ocasiones las autoridades se hacen acreedoras a críticas y desaprobaciones aunque no asuman propiamente una sistemática actitud de persecución a la prensa en general. Pero si gente importante y de poder sucumbe a la tentación de agredir a periodistas con el recurso de la demanda desaprensiva en busca de ganancia de causa o con violatorias invasiones a su vida privada, la opinión pública tiene que cuestionar la autoridad del Estado como un todo y ver en las prácticas de intolerancia una agresión a la amplitud de los derechos de prensa.
Grave es además que casi la mitad de las entidades públicas carezcan todavía de mecanismos que faciliten el acceso a la información, lo que puede ser atribuido a una negativa predilección por el ocultamiento en perjuicio de una prensa dominicana (y en especial de la televisión) que resulta el instrumento por excelencia para desenterrar los signos de la corrupción.