Clase media, debate y elecciones

Clase media, debate y elecciones

La clase media constituye el motor esencial de toda sociedad. En nuestro país, esa franja no sólo está decidida a preservar su estatus, sino que los parámetros validados por el Banco Mundial y utilizados por el Ministerio de Economía tienden a retratar el comportamiento de los que sus ingresos oscilan de $10,278 a 51,930 pesos mensuales. Números y estadísticas no reflejan ese equilibrismo de los que, no desean descender en la escala social, pero su poder adquisitivo se reduce y las perspectivas de movilidad, en el caso dominicano, alcanzó un 2% en los últimos veinte años.

Cuando las voces oficiales colocan en el centro del debate la tesis de que somos un país de un fortalecimiento de la clase media, intentan generar una sensación de mejoría que no se siente en los bolsillos ni estómagos. Aún así, una nación con un porcentaje inferior al 30% de sus ciudadanos clasificados en ese segmento de la pirámide social debe orientar su estrategia económica para atacar el drama de un 55% del global del empleo atascado en una informalidad con salarios bajos y de peor calidad.

Donde el empleo, crecimiento y fortalecimiento de la clase media sirvan de escudo por excelencia de un progreso capaz de mantenernos en niveles de desigualdad donde 26% de los jóvenes no tienen trabajo, 81% de los que pagan el TSS sus salarios no rebasan $25,000 mensuales y el 85% de los receptores de pensiones reciben 5,100 pesos. Y nada retrata con mayor efectividad las distancias de un país arrítmico: 265 dominicanos poseen un patrimonio que rebasa 30 millones de dólares, y tales cifras, constituyen el 49% del PIB.

Joseph Stiglitz, acaba de publicar un libro excepcional, titulado La Gran Brecha, donde aborda el tema de mayor perturbación y desafío en la actualidad: la desigualdad en las sociedades más ricas. Esa referencia de un académico y ganador del Premio Nobel de Economía en 2001 expresa el drama del modelo dominicano, porque la fuerza de las estadísticas están provocando una lógica argumental que desdeña la realidad de un crecimiento poco efectivo que nos mantiene colindando en la pobreza y nubla las expectativas de avance. Guardando las distancias, el caso español y estadounidense constituyen materia de análisis de las incongruencias del crecimiento debido a que los primeros hablan de superar la crisis, como resultado de una baja en el paro laboral del 25 al 23% y los segundos están alegres por una recuperación con un déficit de 3.3 millones de desempleados. ¡Acaso son cifras alentadoras!.
Se me ocurre reproducir la frase de cientos de jóvenes, frente a la reunión de gobernadores de Banco

Central organizada en Jackson Hole: Quién se recupera? La educación muy cara, los servicios de salud inalcanzables, salarios bajos, el costo de la energía por las nubes y los desafíos de las grandes capitales latinoamericanas donde la violencia expulsa hacia otros países a la gente que desea vivir en tranquilidad. ¿Estamos los dominicanos distantes de ese drama?

Como el PLD heredó las fuerzas sociales que acompañaron a Joaquín Balaguer en su dilatada carrera política, y esos sectores manifiestan tendencias conservadoras, aderezadas de una conducta social en los sectores de clase media con un afán de convencernos de que vamos bien, gracias a las recetas económicas oficiales. De ahí, el interés por colocar en el centro del debate que, las dificultades financieras producto de la crisis del sector bancario en el 2003, han sido superadas.

Así la mejoría llegó a todos. Por eso, la operación política es asociar el supuesto bienestar económico a la gestión morada, con la clara intención de galvanizar los votos de un sector vital para alcanzar el éxito electoral.

El verdadero desafío de la clase media es preservar los niveles y calidad de vida que, en el caso dominicano, parecen contrariar las tendencias en toda la región porque el desplome del 11% de la población latinoamericana coloca sobre el tapete uno de los grandes dramas del debate sobre el crecimiento, progreso y desigualdad que se vinculan al divorcio entre realidad y estadística debido a la manipulación de las cifras.

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