Clásicos para el alma

Clásicos para el alma

Hace unos días tuve una de esas experiencias excelsas que nos da la vida, de esas vivencias que calan hondo en el espíritu y en el pensamiento superior. Escuché un memorable concierto con una selección de obras clásicas de la música culta, interpretadas por un grupo de cámara de cuerdas y oboe.

En un entorno señorial, en uno de los patios más bellos de los que he conocido en la ciudad colonial. La Casa del Tapado, en la  Padre Billini, fue el marco majestuoso para tan elegante noche. Esta casa grande  de piedra fue construida en el siglo 14 por el Duque de Rivera. Cuentan por la zona que se trataba de un hombre misterioso de figura alta y elegante, que vivía en el segundo piso de la casa; nunca pudieron verle la cara porque siempre se tapaba  con una oscura capa larga y por eso lo llamaban “el tapado”, de donde esta hermosa y señorial residencia toma su nombre. Fui invitado por los Laboratorios de Aplicaciones Médicas (LAM) junto a  selectos colegas de distintas ramas médicas.

La música, definida como el arte de ordenar los sonidos  en notas y ritmos para obtener un patrón y efecto deseado, se une al lenguaje en formas diferentes como los recitativos, el canto, la poesía, las inflexiones del lenguaje cotidiano o la notación musical. La mayoría de los humanos aún sin una gran educación musical, la disfrutamos, reconocemos simples melodías, bajo aspectos básicamente emocionales muy propios.

En general, las funciones musicales requieren de tres capacidades fundamentales: El sentido del sonido, ritmo y el aforo  de transponer la percepción musical a un contenido cognoscitivo muy complejo. Eso hizo hermosísima la noche, la conjugación  armónica de todos los sentidos participando, y que nuestro cerebro pensante logró transfigurar en máximo placer, pudiendo así alcanzar el alma, su pleno disfrute. Oír a Mozart, Bochurini, Vivaldi, Schubert, Brahms y a  otros grandes de la música, en arpegios sutiles, en un entorno majestuoso entre piedras centenarias, en ese vetusto patio de la época virreinal, resultó una experiencia cerebral muy grata.

Tal como diría Renán: “que el fin de la criatura humana no puede ser exclusivamente saber, ni sentir, ni imaginar, sino ser real y enteramente humana”. Somos una dualidad, espíritu y materia, cuando logramos estimularlos a ambos y alcanzamos unidad en nuestra naturaleza, eso nos eleva a ámbitos de excelsitud.

La gratificante noche me corroboró que la interacción de billones de neuronas, donde radican los cimientos de la consciencia, es lo que nos permite encontrar la belleza en las numerosas configuraciones y formas que ella crea.

Desde esa perspectiva, la máxima experiencia paradisíaca depende de procesos cognoscitivos y afectivos del cerebro y de una estrecha relación entre los dos. Yo lo comprobé esa noche, al combinar música “clásica”, un entorno señorial, odoríferos vinos, exquisita cena y recibir delicadísimas atenciones. Ahora comprendo más a duques, condes, reyes y virreyes de siglos pasados.

Deseo expresar mi agradecimiento a los Laboratorios LAM, en las personas de Pavel García y Larissa Caminero, al igual a  la familia Cepeda Carrasco, por ser tan amables anfitriones, por sus finas gentilezas y permitirnos ratificar una vez más, que la relación de las farmacéuticas y los médicos no son sólo recetas y fármacos, sino que también el “alma” necesita reconfortarse. Muchas gracias.

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