Clasificación de suelos

Clasificación de suelos

Cuando el propietario de una finca cuyos suelos son de clasificación uno la vuelve un pastizal para vacunos, desperdicia el potencial de sus tierras. Viceversa ocurre con aquél que, en suelo de clasificación seis, se esfuerza en producir hortalizas. Los diferencia aquello que los vuelve iguales: la ineficacia. El uno desperdicia la tierra, el otro malgasta recursos de variada índole, que apenas podrá recuperar. A lo largo de años hemos expuesto sobre las ventajas de conocer el estudio de suelos realizado en el país, en 1965, por la Organización de Estados Americanos (OEA). Y aplicarlo.

El asunto retorna a la palestra en palabras del presidente de la Asociación para el Desarrollo de Santiago, Inc. Este diario ha reconocido la importancia de la adopción de los aspectos fundamentales de la añosa investigación, al reseñar con título de primera plana, a seis columnas, lo expuesto por el dirigente de aquella entidad. Si lo manifestado no se queda como contenido de un discurso en el seminario en que se habló de ello, en el país se aplicará este concepto. Porque desde 1961 en que surgió, esta asociación ha impulsado fructíferas acciones en favor del desarrollo nacional.

No se requiere ser geólogo, agrónomo o productor agropecuario para saber que la textura y composición de los suelos varía de un lado a otro. En ocasiones, en un mismo lugar, los suelos presentan, a simple vista, colores, y por ende, componentes distintos. El estudio, conocido aunque no extensamente divulgado, debió ser seguido de una política de metamorfosis cultural de las formas y procedimientos de producción a partir del aprovechamiento de la tierra. Porque quiérase que no, esa “zonificación”, novedoso apelativo al que se recurre por esta vez, entrañará esfuerzos inauditos por la imposición del cambio de mentalidad.

Porque en la explotación de los suelos subyacen hábitos arraigados, historiales de vida en más de una generación y esfuerzos acumulados. No importa lo frustrante de los saldos. La conducta determinada por la inercia explica las reiteraciones de trabajo e inversión, los desvelos frustrados pero renacidos, y la agonía del agricultor, en que se agota la existencia vital. Por consiguiente, la transformación impondrá esfuerzos de políticas de producción del sector público, y de guías privados confiables. Y la asociación santiaguense está entre éstas.

Pero hay que hacerlo. En materia de producción arrocera, por ejemplo, es notoria la necesidad de este cambio. El arroz es una gramínea. Es, empero, una gramínea exigente, pues su domesticación implicó adecuaciones que requieren cuidados especiales. El uso de suelos inapropiados para su cultivo impone inversiones cuantiosas. Las mismas, a su vez, elevan los costos de toda la producción del país, por solidaridad. Porque unos productores invierten recursos humanos, químicos, de dinero, en gran cantidad, y otros producen tanto o más arroz que aquellos, con menos inversiones.

Vale la pena, por consiguiente, que se revise el estudio de la OEA. Y que un plan de trabajo se inicie con productores que sirvan como modelos. Los resultados, pregonables por éstos, coadyuvarán a los cambios indispensables, en el mañana. La Asociación para el Desarrollo de Santiago, Inc., que sacó a flote esta necesidad, tiene la palabra.

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