Claudia Hernández de Valle Arizpe

Claudia Hernández de Valle Arizpe

DIÓGENES CÉSPEDES
Una poetisa mexicana  que  ha viajado y permanecido en muchos países del mundo y que ahora está entre los dominicanos

[Obras de vida. Mora entre nosotros desde hace algunos años, la poetisa mexicana Claudia Hernández de Valle-Arizpe (nacida en la ciudad de México en 1963). Obtuvo su licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en 1988. Posteriormente realizó la maestría en la misma disciplina. Ha viajado y permanecido en muchos países del mundo: Francia, Alemania, China, Estados Unidos y la República Dominicana.

Publicó su primer libro de poemas  titulada “Trama de arpegios” en 1993 en la colección “El ala del tigre”, de la UNAM; “Otro es el tiempo”, también en 1993; “Sotavento”, en 1994; “Hemicránea”, en 1998; “Deshielo”, en 2000, con el cual obtuvo en 1997 el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta; y, en 2005, en el Fondo de Cultura Económica, el libro de poemas “Sin biografía”. En 1996 publicó el ensayo “El corazón en la mira”.]

La poética de Hernández de Valle-Arizpe es un sistema de la mirada sobre su propio entorno, sobre el mundo, sobre los objetos y la totalidad pasa a ser sentido con el oír y lo angelado del yo y lo que lo rodea.

En el discurso de la poetisa casi todo se reduce a esos dos sentidos clavados sobre su mundo y ambos orientan el sentido de cada poema. No hay poema de “Tramas de arpegios” hasta “Sin biografía” y “Deshielo” donde el mirar, el oír y lo angélico no subordinen la experiencia del yo narrador a esas tres categorías poéticas.

El arreglo o disposición de cada poema desencadena la repartición de sonoridades y juegos de palabras como transformación en el discurso poético de la cotidianidad y la ideología del sentido común. El vocalismo es el generador poética por excelencia y muy pocas veces el consonantismo rige el ritmo de los poemas breves del yo de la escritura. El primer poema que abre “Trama de arpegios” (p. 11)  carece de título y funciona, si se prefiere, como un arte poético, bajo la advocación de un epígrafe de Borges. El ataque vocálico del ritmo en /o/ acentuada  y /a/ acentuada en ángeles y alas descamina al lector desprevenido, pues lo importante será el consonantismo en /s/ que baña todo el poema.

Igual procedimiento encontramos en los poemas “Serpiente” (p. 21), en “Tarde en vilo” (p. 29), “En puerto” (p.34) y en “Fruto prohibido” (p. 22), para no citar sino estos cuatro. Pero hallamos ese mismo trabajo prosódico  con el vocalismo en /u/ acentuada en la segunda parte del poema “Afuera un fruto” (pp. 26-28): “Y las horas de quietud se contemplan;/son lánula, astro a medias, media luna/porque es en la penumbra el día/como en su vientre nocturno, la vela.” También el vocalismo en /u/ acentuada en el ya citado “Tarde en vilo”: “Muerde la noche esa postrera/desnudez de la tarde en vilo/de octubre desgastado en juncia/y redobla su luz al ángulo.”Y en /o/ acentuada en “Oblicua” (p. 43): “nube de moscos que la fronda ronda” es uno entre tantos ejemplos. ¿Cómo no reaccionar al simbolismo de esas sonoridades?

La poetisa es una encantadora del ritmo a través del vocalismo y provoca que casi olvide el lector el sentido. Pero, ¿cuáles son los sentidos que comunica un poema a través del vocalismo trabajado como sistema? Aparte del contexto y la memoria, en virtud de los cuales las palabras ordenadas unas detrás, otras delante, ¿qué comunica, por ejemplo, dentro del poema, “nube de moscos que la fronda ronda”? Creo que el sujeto de la escritura comunica su propio encantamiento ante el lenguaje, ante la sonoridad hecha discurso, comunica una subjetividad que pasa, a través del ritmo, al lector o lectora. La poetisa parece decir a través de su discurso: yo miro, oigo y veo de esta manera la experiencia, tanto de los objetos o cosas como del prójimo, pero también los estados de ánimo que conjeturo que provocan en el sujeto esas ideas sobre el mundo, los objetos, la naturaleza.

Como lo sugiere el título de “Sin biografía”, el cual dice quienes lean esa obra, cuidado, no busquen trozos de mi vida en estos poemas, busquen más bien los símbolos y las imágenes de la sociedad donde ustedes viven, búsquense a sí mismos en mi discurso poético y oigan y vean si hay “noticias siempre nuevas”, como pregona Pound al definir el poema. En “Todo lo que erosiona”, texto inaugural, la poetisa rehúsa la confusión rutinaria entre poema y biografía: “Sé que solo puedo contar mi historia/pero me obstino en la biografía de los árboles.” (p.13) El epígrafe de María Zambrano es un programa de escritura. Repetido en el poema que comento: “Creo en la biografía de las piedras/Todo lo que erosiona deja huella.” (Ibíd.)

Existe en Hernández de Valle-Arizpe una obsesión por el lenguaje. Mejor dicho por las palabras. Con ellas organiza su discurso poético. Su vida se borra ante las palabras, se vuelve “enigmática e incomprensible”  porque el sujeto biográfico se ama a sí mismo, como proclama el epígrafe productor o generador: “Quizá las palabras nos lleguen tan solo/para preguntar a quien no puede/respondernos.” (Ibíd.) La poetisa es obstinada, iterativa con el material del discurso poético: “¿Por qué, entonces, la palabra?/El rostro es la palabra/y el rostro es el cuerpo. /Todo tiene un rostro.” (p. 14)

La palabra poética dentro del discurso no está hecha para nombrar, y menos nombrar el mundo, como proclaman las teorías literarias artesanales y funcionales. Están hechas las palabras para darle un sentido nuevo a todo lo que existe en el mundo. No hay gracia en repetir lo que conocemos de ese mundo. ¿Cómo discernir la repetición? ¿Por qué el repetidor no sabe que repite? Porque no mira ni oye ni ve el sistema poético como ritmo y simbolización, como lo hace la poetisa mexicana.

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