Claudio Acevedo – La clarinada de la verdad

Claudio Acevedo – La clarinada de la verdad

Con todo el respaldo moral que le otorga haber sido el candidato más votado en las elecciones presidenciales del 2000; con toda propiedad que le da su ausencia de la competencia electoral por la presidencia de los Estados Unidos, Albert Gore ha estado haciendo llamados de alerta sobre el descarrilamiento del tren institucional del vasto país norteño. Quien fuera hoy el real presidente, de no haber sido contrariada e invertida la voluntad expresa del voto popular por 3 jueces que le debían sus puestos a los republicanos, enjuició en días pasados la labor del usurpador de turno. Y lo hizo en un loable esfuerzo por producir un sacudimiento de la conciencia norteamericana ante los grilletes mediáticos que la atan a un peregrinaje guerrerista por todo el mundo.

Gore habla con la justeza de saberse validado por la gran mayoría del pueblo norteamericano en unas elecciones muy claras en su espíritu democrático, pero enturbiada por los tejemanejes a posteriori que trucaron el proceso para sacar del sombrero a un azorado conejo al que luego presentaron como presidente.

Gore ha puesto de manifiesto la falsedad que ha acompañado al presidente Bush desde el principio. Falsía que floreció en Florida y tapiza su camino con la alfombra de espinas de las agresiones militares ejecutadas en Afganistán e Irak y otras que tiene en carpeta. En Irak se inventaron mentiras de destrucción masiva para llevar a la mayoría del pueblo estadounidense a refrendar la guerra a contrapelo de las corrientes mundiales de opinión pública.

El ex-candidato demócrata ha reprochado a su antiguo contendiente su ideología absolutista, la cual, según entendemos se expresa mejor en la consabida sentencia «El que no está conmigo, está contra mí» y que en los hechos se traduce en estigmatizar como parte del «mal» o como sospechoso a todo el que no apoye su actual versión de la lucha antiterrorista.

Gore ha acusado a Bush de propiciar la degradación ambiental y de hacer un gran desmonte presupuestal para favorecer a los más ricos. También le reprobó el trastueque de la legalidad del orden internacional para sustituirla por los dictados de la sinrazón de la fuerza. En la lista de reproches que el demócrata le espetó al mandatario republicano, también figuran el atropello a los derechos de sus adversarios, el actual desorden financiero, las oscuras permisividades sobre los preparativos y ejecución de los atentados del 11 de septiembre, entre otros cuestionamientos.

Visto desde una perspectiva exterior y objetiva, Gore no ha dicho nada nuevo ni diferente a lo que la percepción internacional tiene de Bush: un hombre capaz de desatar sobre el mundo los fuegos infernales del Armagedón nuclear. Ya este encargo se mandó a hacer con la nueva generación de minibombas atómicas para ser usadas como especie convencional.

Enfocando las cosas desde la óptica entreguista, si lo importante es estar con los «americanos», por qué nuestro gobierno no asume los puntos de vista de Albert Gore y los demócratas que lo secundan para evitar que sangre dominicana abonen las falsas bases sobre las que se construyó esta guerra? Mucho cuidado: las fieras andan sueltas. Pero las más temibles y peligrosas no son las que provocan la histeria pública, sino las que dan a ganar millonadas a los fabricantes de armas, las empresas que destruyen para luego repartirse los supercontratos de reconstrucciones, los grandes inversionistas con tufo petrolero, los que venden inseguridad pública permanente para justificar la guerra preventiva permanente.

Los peligrosos, de veras peligrosos, son los presidentes y los generales que descuartizan gentíos, quienes secuestran países y soberanías, para imponer la humillación y la indignidad de los gobernadores coloniales a usanza de los imperios de la Edad Antigua.

De todas las formas de ejercicio profesional del crimen organizado, la guerra es la que ofrece la más alta rentabilidad. Así lo han demostrado sus recientes efectos bursátiles e índices sobre la recuperación económica de Estados Unidos que dicen sin ningún sonrojo que los gastos de guerra han impreso un renovado dinamismo y crecimiento a la economía norteamericana.

Y la guerra preventiva es la que brinda las mejores coartadas para seguir «haciendo negocio» ya que parte de enemigos supuestos que se hacen ciertos a través de las campañas de propaganda que preceden al ataque. En este sentido, el patrioterismo guerrerista que permea el alma y la mente de los americanos es una demostración palpable de que la verdad es sólo la imposición del órgano publicitario más poderoso.

Afortunadamente, la voz de Al Gore, al endosarle ahora su apoyo al más liberal de los candidatos demócratas, el Sr. Dean, ha surgido como un rayo de sensatez que abre una esperanza de romper el encantamiento bushiano para impedir un nuevo capítulo del Terminator de naciones.

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