SAMUEL SANTANA
El doctor Mandred Kohl, vicepresidente de Overseas Council, desarrolla de manera muy provechosa y aplicativa los principios establecidos por Jesús con la historia del Buen Samaritano.
Aquí está la clave para lograr ser mejores seres humanos en el mundo.
Veamos:
Un samaritano que iba de camino.
Las oportunidades para servir a otros ocurren en la vida cotidiana. Las (buenas obras) no se refieren a un programa o una institución, sino un estilo de vida. El samaritano no había salido por el camino a Jericó buscando a algún necesitado con el objetivo de realizar su (buena acción del día). El que aspira a hacer buenas obras deberá saber que las mejores oportunidades no se planifican, vienen sobre la marcha de la vida.
Vino cerca de él
Es necesario que transitemos por los mismos caminos que los necesitados. Resulta difícil involucrarse con las personas detrás de un escritorio o encerrado en una oficina. Por eso tenemos que estar dispuestos a ir a las (plazas, las esquinas de las calles y las puertas de la ciudad), moviéndonos en el ambiente donde más probablemente vamos a encontrar a los necesitados.
Y al verlo.
Los que vivimos en las grandes urbes sabemos cuan fácil es ver, sin ver nada. Todos los días millones de personas viajan en buses, trenes y otros medios de transporte mirando por las ventanillas, pero no ven lo que está pasando frente a sus ojos. Están perdidos en sus propias preocupaciones, o han desarrollado la clase de mecanismos que les permite atravesar, con miradas de indiferencia, a las multitudes sufrientes a su alrededor.
Fue movido a misericordia.
El texto de Lucas 10 nos indica que tanto el sacerdote como el levita vieron al hombre tirado al costado del camino y seguramente ambos sintieron una momentánea incomodidad al verlo. Habrán sentido en sus espíritus esa fugaz inquietud que nos puede indicar que aún nosotros mismos guardamos algo de los rasgos del Creador. Ambos, sin embargo, endurecieron el corazón y siguieron el camino. Nosotros también tenemos nuestras maneras de endurecer el corazón, apaciguando la conciencia con la impermeable lógica de los egoístas: Son tantos los necesitados; ¿qué puedo hacer yo? Además, si está en estas condiciones, por algo debe ser. El hacedor de buenas obras, no obstante, permite que su corazón sea conmovido por la compasión que viene de lo alto, la misma que tantas veces impulsó a Jesús a involucrarse con la gente.
«Acercándose.»
Podríamos experimentar misericordia en nuestro interior, sin que esto nos movilice. Muchas personas cuyo corazón aún no ha sido anestesiado a las necesidades de los que están a su alrededor, experimentan a diario momentos de tristeza al ver la desdichada condición de los que sufren. No obstante, este sentimiento podría bien producir en nosotros un menear de la cabeza, el comentario de que alguien debería hacer algo al respecto, o una indignada denuncia contra los gobiernos corruptos que permiten la existencia de este tipo de situaciones. Empero, el samaritano se acercó al hombre herido, para ver de qué manera podía ayudarlo. Es en este instante que la compasión comienza a traducirse en buena obra.
Vendó sus heridas echándoles aceite y vino.
Las buenas obras son, esencialmente, prácticas; es decir, no se miden tanto con las palabras como con los hechos. No es que las primeras no tengan su lugar, pues hay palabras que dichas en el momento justo pueden ser más valiosas que cualquier piedra preciosa. Los necesitados, sin embargo, con frecuencia requieren de algo más tangible que la palabra: un abrazo, una caricia, un medicamento, una visita, una llamada, un plato de sopa, un par de zapatos, unas monedas para viajar. En este caso, el samaritano se prestó a atender las necesidades más inmediatas que tenía el herido, tomando de sus propias posesiones para socorrerlo.
Lo puso en su cabalgadura.
Es muy difícil ayudar a otros si no estamos dispuestos a salir de nuestra propia comodidad. No hay nada de malo en bajar la ventanilla del carro para darle a un mendigo una moneda. ¡Definitivamente es mejor que no hacer nada!
El problema es que requiere tan poco de nosotros, apenas la molestia de dejar entrar momentáneamente al carro el aire viciado de la ciudad. La verdadera buena obra requiere que estemos dispuestos a salir de nuestro lugar de comodidad, para socorrer al necesitado. El samaritano sacrificó el lujo de andar en su cabalgadura para que el hombre herido pudiera montar en ella.
Lo llevó al mesón y cuidó de él.
Rara vez será posible cumplir con la buena obra si no estamos dispuestos a desviarnos de nuestros propios caminos, y es muy difícil ayudar cuando uno tiene la vista puesta exclusivamente en sus propios proyectos, como lo demuestran el levita y el sacerdote. Vaya uno a saber qué actividad religiosa los tenía tan apurados; el hecho es que ninguno de los dos estaba dispuesto a abandonar su proyecto para ayudar al herido, aun cuando este presentaba heridas de cierta gravedad. El samaritano por su parte, suspendió su propio viaje y se desvió hacia un mesón, donde se dedicó a ayudar al hombre a recuperar sus fuerzas.
Otro día, al partir, sacó dos denarios, los dio al mesonero y le dijo: Cuídamelo.
Las buenas obras requieren, eventualmente, que se involucren otros en el proceso. Quizás no estemos dispuestos a asumir mayor compromiso con los necesitados porque tenemos cierto temor de que vamos a quedar enganchados con ellos y no podremos darles el seguimiento adecuado. Sin embargo, los mejores proyectos son aquellos donde la carga no reposa sobre los hombros de un solo individuo, sino más bien sobre la comunidad. Así lo ha deseado el Señor y por eso ha dado instrucciones a su pueblo de que se ocupe de la viuda, el huérfano y el extranjero. El samaritano no podía quedar indefinidamente con el hombre herido, pero sí realizó los arreglos necesarios para que otro se incluyera en la labor.
Y todo lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando regrese.
Por último, las buenas obras que dejan una contribución perdurable en el tiempo, requieren de un compromiso a largo plazo. Si deseamos ver la transformación de las personas con las que estamos involucrados, deberemos estar dispuestos a caminar con ellos en un proceso que duró un tiempo.
Quizás este es el problema más difícil de resolver en la iglesia, pues las personas rara vez reciben un acompañamiento prolongado luego del contacto inicial. Empero, el samaritano no solamente se comprometió a volver, sino a seguir cubriendo los gastos que engendraran el proceso de recuperación.
Aunque él no podía permanecer en el lugar, no se desentendió del asunto, sino que continuó demostrando interés en el bienestar del rescatado.
Cuando Jesús concluyó, dejó bien claro que esta no era, simplemente, una historia. Al escriba le dijo: Ve y haz tú lo mismo.¿Será que nos sigue dando esas mismas instrucciones a cada uno de nosotros?