Claves para saber vivir

Claves para saber vivir

Hay muchos vacíos existenciales en algunas personas. Diría que en otras hay muchas carencias. Pero lo peor es vivir angustiado de temas pendientes y de duelos no resueltos que representan angustia y depresión. Existen personas que no han podido armonizar la vida interna con la exterior. Pero también existen las que viven desarmonizadas entre lo que piensan, y lo que practican. Para fluir en la vida hay que tener apego sano, vínculos fuertes y estables, sentido de pertenencia asumido, una identidad, principios y valores que puedan convertirse en una referencia psicosocial para los suyos y los demás.
No se trata de sobrevivir, ni de sintonizar, ni bailar la danza del gozo de la posmodernidad: consumo, placer, confort, vanidad, vida rápida, relativismo, autoengaño, pragmatismo y asumir el parecer. En la adultez y la madurez, el autoengaño, la mitomanía, la despersonalización, las inconductas y las transgresiones psicosociales, son las que ponen de rodillas a un ser humano que no aprende a vivir de forma humana, decente, con sentido de utilidad; sino que prefiere sobrevivir y respirar, sin pasión y sin credibilidad.
Para saber vivir y lograr la felicidad hay que alcanzar tres cosas, como dijo Thomas Chalmerr: alguien a quien amar, algo qué hacer, y vivir con una esperanza. Pero la felicidad hay que conquistarla a través de las actitudes emociones positivas: amor, alegría, afectividad, solidaridad, altruismo, compasión, entrega y paz. No se puede aprender a vivir bien y sano, si se asume el resentimiento, la envidia, el odio, la venganza, la maledicencia, el prejuicio y el chisme social como estilo de vida. Así se llega a la vida tóxica.
Aprenden a vivir de forma saludable las personas que cierran duelos y procesos, los que asumen nuevos propósitos, reconocen límites, asumen metas, objetivos, pero le ponen fechas, y saben cómo lograrlo, debido a que han aprendido a insistir, persistir y resistir, pero con las tres E: equilibrio, equidad y eficacia. Existen personas que logran el desarrollo, la riqueza, lo tangible, pero rompen la armonía y equilibrio con su interior y exterior.
Caminar hacia una sola meta o a un solo propósito simplemente nos hace ser egocéntricos, con pobre sentido de vida y de razón de existencia; la vida, entonces, se percibe solo para la auto-gratificación, para el egocentrismo, el individualismo y la conquista del yo personal. Y todo esto, reproduce mezquindad, egoísmo, renuncia del ser, y del sentido de trascendencia. Hay pobreza material, pero la peor es la pobreza espiritual y emocional. Vivir sin una causa que defender, ni una vocación de servicio y de utilidad para los demás, es una pobreza existencial que se traduce en la falta de pasión y de anemia socio-afectiva. El divorcio entre el pensamiento y la conciencia conlleva a la miseria humana.
Esa práctica engaña, se hace trampa, crea angustia, agonía, insomnio, ansiedad, depresión, somatización y victimización. Vivir con calidad y calidez no es tan fácil, pero no es imposible. Se puede aprender y reaprender, a educar sus emociones, su espiritualidad, su conducta y su mentalidad, para hacerlas más oxigenantes, más nutrientes, más humanas, más próximas a las demás personas. Hay que tener fortaleza emocional para no contaminarse, para no despersonalizarse, para hacer lo que los demás hacen. En la vida existen personas que no son libres, que no aman, que no se entregan a un propósito sino tienen una paga o una cultura de favor. Llegar a la vejez sin identidad, sin referencia, sin credibilidad, sin respeto y sin valores, entonces, es una de la peores miserias humanas. La vida es corta, hay que asumirla para la felicidad, el bienestar y la trascendencia que sea extensiva al otro: a la familia, a la pareja, a los amigos, a los ciudadanos, en fin, que sea un propósito de muchos, no para la auto-gratificación personal. Se puede aprender el arte de vivir la vida.

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