Claves sociales de la política

Claves sociales de la política

Escuché recientemente a una amiga cuyo abuelo fue Presidente decirme que “es una pena que actualmente mucha gente con poder crea que sólo sirven aquellos que para ir a la escuela debían caminar muchos kilómetros por caminos polvorientos”.

Era una manera elegante de referirse a lo que socialmente, entre los dominicanos, es igual al “racismo en reversa” de ciertos negros norteamericanos, que discriminan a los blancos o a quienes sean de clase media hacia arriba, por creer equivocadamente que no haber sufrido los rigores de la discriminación los hace cómplices o responsables por sus padecimientos.

La movilidad social resultante del crecimiento económico experimentado después de la revolución de 1965 permitió que muchas familias de origen rural o cuyos padres nunca tuvieron disfrute ni idea de cómo era la vida en la mejor sociedad, produjeran profesionales cuyo esfuerzo y ejercicio les proveyó de estabilidad y éxito económico.

Ese progreso fue facilitando la expansión de la clase media y el mejoramiento social de la clase baja, en el nuevo ambiente democrático, aún con todos los defectos del trópico y las convulsiones revolucionarias causadas por los resabios del ’65 y las tensiones importadas propias de la guerra fría. Muchachos inteligentes que sobrevivieron las ansías utópicas y disparates políticos y sangrientas injusticias de fines de los ’60 y casi todos los ’70, descubrieron que el ascenso social y económico podía acelerarse dedicándose a la política en vez de al trabajo de verdad.

Y pese a que muchas fortunas fueron hechas, no sólo por parte de funcionarios, los viejos prejuicios sobre el esfuerzo de los de abajo, retratado por la imagen de mi amiga sobre ir a pié a la escuela por veredas polvorientas, se mantuvieron incólumes: los ciudadanos bien criados en familias de matrimonios formales que fueron a buenas escuelas llevados por choferes y que pese su acendrada dominicanidad tuvieron la dicha de ver caer la nieve antes de echar barba, esos “oligarcas” (aunque sus padres fueran sólo empleados privados bien remunerados), esos “tutumpotes” (aunque no fuesen hijos de industriales ni del gran comercio ni hacendados), esos “riquitos de Gascue”, ¡a darles duro cada vez que se pueda!

Hoy además de políticos son narcos u otras lacras, pero la patología es igual: aquellos a quienes se quisieran parecer, ¡a despreciarlos por buenos, que su virtud ofende! ¡Qué “cambalache”, qué paisaje, qué pobreza adinerada!

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