Clientelismo político no es beneficencia

Clientelismo político no es beneficencia

ROSARIO ESPINAL
Según declaraciones recientes del Presidente Leonel Fernández, el clientelismo surge de abajo hacia arriba; es decir, los pobres formulan sus peticiones y los políticos se ven compelidos a responder con ayudas. Los necesitados buscan en distintos lugares, incluso frente a la casa del mandatario, la solución a diversos problemas que van desde la compra de medicamentos hasta cajas de muertos. Esta realidad, dijo el Presidente, no la comprenden los politólogos que critican el clientelismo.

Que en República Dominicana hay mucha gente necesitada, carente de recursos para costearse hasta lo esencial, lo sabemos. Que hay varios millones de pobres e indigentes y aumentan con cada catástrofe económica como la del 2003- 2004, también lo sabemos.

Los pobres están presentes en todo el territorio nacional y es común socorrerlos, ya sean personas conocidas o mendigos en la calle. Esperan ayuda de alguien y la beneficencia opera de manera individual e institucional. Pero cuando el socorro lo ofrece un político en ejercicio, estamos frente al clientelismo, no la beneficencia.

La diferencia radica en que la beneficencia tiene un fundamento altruista-generoso; es decir, con frecuencia, quien otorga la ayuda no espera recibir nada específico a cambio.

El clientelismo político, por el contrario, se fundamenta en atar la ayuda a la lealtad. Las relaciones de poder clientelistas tienen un valor de intercambio, un carácter instrumental y particularista, que las distingue de otras formas de relación con la autoridad basadas, por ejemplo, en la legalidad.

Como los pobres carecen de recursos básicos, muchos políticos utilizan fondos públicos para realizar intercambios directos que generen apoyo. Estas relaciones de ayuda-lealtad se establecen también con sectores más pudientes. Por eso el clientelismo político no es caritativo ni filantrópico.

La crítica al clientelismo que se hace desde las ciencias sociales no es con respecto a la beneficencia (desprendimiento altruista) que puede ejercer de manera desinteresada cualquier persona para ayudar a otra, sino con respecto al intercambio instrumental que conlleva un interés y resultado político específico.

El asunto es importante en la teoría y la práctica política porque en las sociedades de tradición clientelista, muchos políticos cuando llegan al gobierno mantienen políticas económicas adversas a los pobres y una precaria y desarticulada política social, para contar con una población depauperada que apoye a cambio de dádivas. De eso está llena la historia dominicana en el plano nacional y local.

Por estas razones, en vez de justificar el clientelismo, el gobierno debe hacer mayores esfuerzos para que la población dominicana pueda satisfacer sus necesidades básicas sin recurrir a un funcionario público o político para encontrar soluciones con dádivas.

Ciertamente, ante tantas precariedades de amplios segmentos sociales hay urgencia de responder con bálsamos caritativos. Pero la agenda gubernamental debe centrarse en ofrecer garantías y condiciones para que la mayoría de la población obtenga un trabajo adecuado que genere ingresos suficientes para satisfacer, por lo menos, sus necesidades fundamentales.

De lo contrario, el clientelismo dominicano continuará de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo, sin que el orden de los factores altere el producto.

En el plano público, el clientelismo es particularmente negativo porque afecta directamente el funcionamiento del Estado: no contribuye a su institucionalización y fomenta la corrupción. Además, las oportunidades de mejoría para la colectividad se ven coartadas porque el otorgamiento de beneficios selectivos, con motivaciones políticas, impide la implementación de políticas públicas sensatas y justas.

Las relaciones clientelares se desarrollan fundamentalmente en sociedades donde se dan varios factores: los recursos económicos son controlados por pocas personas; los políticos necesitan adeptos para competir con otros por beneficios públicos; los súbditos están debilitados para obtener lo que necesitan mediante la acción colectiva; la ética es secundaria en la distribución de los recursos públicos; y predominan los criterios particularistas y personales, en vez de universales.

En sociedades con tantas carencias como la dominicana, la pobreza constituye ciertamente un caldo de cultivo para el clientelismo. El Estado es terreno idóneo para su práctica porque allí se concentran muchos recursos públicos fácil de dilapidar.

Ocurre repetidamente que cuando los políticos no están constreñidos por fuertes normas institucionales, se ven muy tentados a utilizar el clientelismo para forjar grupos de devotos. La estrategia produce algunos beneficios políticos inmediatos, pero no fortalece los liderazgos ni las estructuras partidarias en el largo plazo, y mucho menos es un medio efectivo para combatir la pobreza o mejorar el funcionamiento del Estado.

En América Latina, donde existe la mayor desigualdad social del mundo y la gente se siente muy desprotegida, los estratos sociales más bajos saben que el trueque clientelista es una vía más rápida y segura para obtener un beneficio. Eso también lo saben los ricos, acostumbrados al fundón que los gobiernos reparten junto a la fundita. Esta práctica que se ha hecho cultura dominicana hay que modificarla.

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