Durante los últimos brotes epidémicos de dengue, el Ministerio de Salud Pública utilizó entre sus mensajes en los medios de comunicación el lema cloro untado y tanque tapado como forma de evitar la reproducción del mosquito transmisor.
Hace algún tiempo que no se menciona el barrilito, folklórico término que se utilizó para describir las decenas o cientos de miles de pesos que se auto-asignaron los legisladores como sueldo adicional supuestamente para ayudar a personas e instituciones que realizan obras de bien social sin estar vinculadas con el gobierno, pero pertenecientes a la demarcación territorial de cada legislador. El monto era (¿es?) proporcional al número de votantes en cada jurisdicción.
Con la guerra de denuncias y acusaciones que matiza nuestra campaña política, la misma ha sido bautizada como sucia y ese calificativo nos recordó al versátil cloro que ha sido utilizado desde 1913 como desinfectante aunque en el 2008 fue que se describió con certeza el mecanismo por el cual lo hace. Sin embargo, la disquisición viene, no precisamente por su poder antiséptico, sino por su poder blanqueador, ya que esta importante cualidad, aparentemente efectiva con los barrilitos, podría ser usada, no solamente para limpiar la campaña, sino también para que multimillonarios puedan blanquear sin el auxilio de bancos, el dinero del narcotráfico o de la prevaricación mientras actúan como funcionarios gubernamentales.
En este último caso, habría que tener mucho cuidado con el uso en algunos súper-tanques de dinero de algunos personajes de extraordinaria relevancia política, porque una reacción química inesperada podría dañar billetes y cheques de muy elevadas denominaciones resultándoles, como reza el adagio popular, más cara la sal que el chivo.