¿Cómo se ofende la inteligencia ajena?

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JOSÉ BÁEZ GUERRERO
Una de las quejas que varios comentaristas han coincidido en argüir al referirse al discurso del presidente Fernández del pasado 27 de febrero, es que dizque ofende a su inteligencia. Cualquiera creería que se trata de físicos nucleares de la NASA a quienes algún insolente ha ocupado explicándoles la receta del mangú. Pero lejos de ello, la supuesta inteligencia ofendida tiene pocas obras en su aval, mientras Leonel, el más subestimado (por sus opositores) de los políticos criollos, exhibe una ristra de éxitos incuestionables.

A sus adversarios les mortifica la parsimoniosa corrección y decencia humana del presidente Fernández. Muchos que alegan que su inteligencia está ofendida, nunca se molestaron con horrores públicos expresados por otros políticos. Peor aún, unos días después del discurso, un expresidente reafirmó su atipicidad al declarar a la prensa, como en un retozo de muchachos, que varios funcionarios públicos no son más que unos “azarosos”… Nadie se ofendió, ni los brutos.

Frecuentemente el debate público dominicano es degradado por la inveterada propensión al insulto de muchos de los protagonistas políticos. Esa costumbre de ofender al adversario o contradictor, provocándolo e irritándolo con palabras o acciones, muchas veces revela inmensa pobreza intelectual. Pocos entre nosotros han tenido el ingenio de Churchill, quien dijo de un enemigo que “tiene todas las virtudes que me disgustan, y ninguno de los vicios que admiro”, o la gracia de Wilde, quien dijo de otro que “no tiene enemigos, pero es intensamente despreciado por sus amigos”. Quizás somos tan primarios que el insulto se reduce a lanzar epítetos.

Balaguer, quien pocas veces se irritó en público, dedicó su único insulto a un colaborador que le traicionó, calificándolo como menos valioso que un papel higiénico usado. Y ese hombre, sin ofenderse, pero con su inteligencia intacta, volvió luego al redil balaguerista. Quizás la venganza del genial estadista fue acogerlo, demostrando cómo la falta de carácter o la ambición desmedida todo lo aceptan.

No es lo mismo ser necio y falto de inteligencia, estúpido, que alelado y escaso de razón, imbécil, pero a veces es difícil distinguir uno de otro, y peor cuando ambas condiciones son concurrentes. La cosa empeora si el adversario es, también, bruto, o sea incapaz, vicioso, torpe o excesivamente desarreglado en sus costumbres, o carente de miramiento y civilidad. El cómico Groucho Marx advertía que alguna gente parece idiota y habla como idiota, y en esos casos uno no debe dejarse engañar, pues casi siempre resultan ser realmente idiotas… ¿Será posible insultar la idiotez ajena?

En el caso de la “inteligencia ofendida” por el discurso del Presidente Fernández, habría que ver cuáles de sus críticos sería capaz de exponer con igual o parecida precisión y calidad todo lo que dijo Leonel ante el Congreso. Muy pocos. Pero ni siquiera al criticarlo han igualado el talento del joven estadista al rendir sus cuentas, pues dedicaron más saliva a los chicharrones que al Metro.

Harold Ickes, el famoso político republicano que sirvió al demócrata Roosevelt como secretario de Interior durante 13 años, fue en su juventud periodista, y muchas frases suyas lo sobreviven. Por ejemplo, del general MacArthur dijo que era “la clase de hombre que cree que, al llegar al Cielo tras morir, Dios descenderá de su trono celestial para hacerle una reverencia invitándolo a tomar asiento…” ¡Cuántos “macarturitos” hay entre nosotros!

Quizás sus críticos tengan razón, y Leonel no es ningún ser extraordinario ni excepcional, pero si fuera así, tanto esos críticos como los demás políticos deberían buscar otra manera de adversarle, porque aún con las limitaciones que le imputan, el presidente Fernández luce estar en una galaxia distinta que ellos. Seguramente algunos de sus adversarios señalan sus yerros, porque los tiene, de buena fe, pero la manera en que lo hacen hace risible que aleguen sentir sus “inteligencias” ofendidas. De gente así, pero malucos, decía Mark Twain: “Si se le sacan las mentiras, se encogerá al tamaño de un sombrero; si le sacan la malicia, ¡desaparece!”. Pero el mejor fue Gore Vidal, quien dijo de Andy Warhol: “Es el único genio con un IQ de 60”.

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