POR CAIUS APICIUS
MADRID (EFE).- Hasta ahora hemos entendido por negro aquella persona que, sin que se conozca su nombre, al menos por el gran público, es quien escribe realmente las obras que luego firma alguien conocido, alguien famoso, cuya firma, que es lo único que suele poner, garantice el éxito mediático y de ventas.
Vamos a olvidar, en este caso, los negros de autores muy conocidos, pero autores al fin y al cabo, para ocuparnos de los que escriben, sin firmarlos, tantos libros en cuya portada figura como autor un futbolista, un famosillo, una actriz más o menos glamurosa… o un cocinero.
A los cocineros les ha dado por escribir. Mejor dicho: a las editoriales les ha dado por sacar al mercado libros de cocina normalmente carísimos firmados por tal o cual cocinero más o menos popular. Huelga decir que el presunto autor no ha escrito ni una línea; para contar los cocineros que realmente escriben me sobran los dedos de una mano.
Pero ahí los tienen, firmando best-sellers y cobrando derechos de autor. Naturalmente, la editorial les va a exigir que presenten personalmente el libro. Ya saben: que unas cuantas ruedas de prensa, que varias emisoras de radio, que algunos programas de TV, entrevistas, firma de ejemplares…
Vamos: que se lo trabajan. No lo escriben, pero se lo trabajan. Lógico: les pagan para ello. Al negro se le paga mejor o peor, y listo. La gloria, para el chef.
Que no se conforma, claro, con escribir libros de cocina. Tiene su propio programa de radio o TV; asesora otros restaurantes, en otras ciudades u otros países; promociona los más variopintos productos; acude continuamente a congresos culinarios uno igual al otro y todos bajo el denominador común de contar su última creación a un público también de cocineros que con lo que sueña es con estar, el año que viene, en el escenario, no en el patio de butacas…
La pregunta del millón sería: y, con tanto ajetreo, ¿cuándo se meten en la cocina estos chefs? Porque un cocinero es alguien que, por definición, cocina. O lo era. Porque no hace mucho, el jefe de cocina de un restaurante que frecuento, menor de 30 años, me decía que él ya no quería cocinar el día a día, que él estaba ya para otras cosas, para salir a sala, para idear nuevos platos…
Entonces, cuando vamos a un restaurante con chef mediático, ¿quién cocina lo que nos comemos? Pues… un negro, o una tribu completa, porque no sólo hay negros literarios, sino también culinarios. Por favor, cómo va el chef famoso a ocuparse de algo tan prosaico como el tran-tran diario de la cocina durante el pase…
Todo esto tiene unos culpables, y me apresuro a asumir la parte que me toca. Hemos creado monstruos. Hace algunos años, veintitantos, los cocineros no eran conocidos. Estaban en las cocinas. Fuimos los periodistas, los críticos, quienes les dimos a conocer, quienes, de alguna manera, les sacamos de su espacio de trabajo; lo que no podíamos ni imaginar era que le tomasen tanto gusto a estar lejos de la cocina.
Así nos va. A fuerza de no hacer otra cosa, elucubran nuevos platos. Antes también lo hacían, pero se lo pensaban mucho antes de sacarlos a la carta; muchas pruebas, muchos ensayos… Ahora, no; ahora los nuevos platos van de la mente a la carta en un par de días. Hay prisa por sacar cosas nuevas… y la prisa, en cualquiera de sus acepciones, es la peor enemiga de la cocina.
Por favor, amigos: vuelvan a donde tienen que estar, preocúpense otra vez de lo suyo. Vuelvan a la cocina.