Cocineros universales

Cocineros universales

El próximo Premio Nobel de Literatura será otorgado a un “chef”. Los académicos suecos dirán a los periodistas que se concede el galardón por haber creado el ganador unas “comidas de leyenda”. Los comentarios, hablados y escritos, sobre sus asados, guisos y frituras, “constituyen una copiosa literatura”. Dirán también que sus “emplatados icónicos están emparentados con el arte pictórico de Miró”. Platos y cuadros tienen en común colores, trazos, manchas e incluso la composición de masas. En el camino de la conjunción de las artes, pintores, cocineros y cantautores, marchan en estrecho abrazo cultural. Las artes “han dejado de ser asuntos de minorías”.

Tanto de minorías como de especialistas; la paleta del pintor tradicional emplea oleo, gouache, pintura acrílica; sobrepone o mezcla colores, según las metas que se proponga alcanzar. El cocinero tiene a su disposición azafrán, bija, pimentón, para dar color a los alimentos. Colores más obscuros puede conseguirlos con chocolate, miel de abejas o malagueta. El “chef” tiene varias ventajas sobre el pintor impresionista; no sólo da color a sus obras; también les da sabor. Esto último no pudo hacerlo Van Gogh con sus famosos “Comedores de papas”. Los pintores alardean de que logran expresarse a través de líneas del dibujo, colores y masas.
El “chef” puede transmitirnos color, olor y sabor, además de proteínas y vitaminas. Tradicionalmente un Premio Nobel ha sido un poeta o escritor, en una lengua determinada: inglés, francés, español. Los maestros de cocina trascienden todas las lenguas y, por eso, alcanzan la universalidad Michelín. (Que no siempre es una universalidad gorda, rodeada de grasa en la cintura). Las grandes multitudes comprenden mejor a los cocineros que a los poetas post-modernos, aunque no estén en condiciones de pagar sus obras culinarias.
Los cuadros de los pintores más famosos cuestan una fortuna; y nadie protesta por ello. En Estocolmo, al ser la capital de una sociedad avanzada, se discuten estas cosas, que parecen ridículas a los habitantes de las Antillas. Los escritores y poetas se comportan como los transportistas: pretenden establecer monopolios en las “rutas literarias”. Se ha celebrado siempre un libro como “Fisiología del gusto”, de Brillat-Savarín; pero no se honra a los grandes cocineros que lo han inspirado.

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