Coctelera

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Saludos, viejo querido. Tengo para decirle que con quinientos millones de los podridos, por más podridos que estén, se resuelven algunos problemas en salud y en educación. Pero no, para sostener la mentada representativa —como solía decir Bosch en una época en que había jurado dejar de lado los partidos que mostraban tantas vagabunderías sistémicas— hay que repartir más de quinientos de esos podridos, salidos de las costillas de los guanajos contribuyentes, para que los cardúmenes políticos hagan de las suyas.

Lo triste del caso es que hay partidos especializados en requetejoder la educación y la salud, con los dineros que deberían ser destinados a esos pobres y vitales campos. El legislador, al disponer el socorro a la democracia representativa, la viuda Balaguer desde luego, perseguía un fin aparentemente noble: que no le dieran fajazos a los que tienen que perder algo, como decía Peña Gómez en los días en que se atascaba en el Norte, con los “blancos de verdad” para que reconociera el proyecto liberal perredeísta…  Pero, Maginito del alma, el remedio ha sido peor que la enfermedad. Ahora los contribuyentes tienen que hacer sus aportes a través de una Junta Central Electoral (JCE) que necesita aprender de memoria aquel boleto intitulado “El buen camino”, que interpretaban los Hermanos Arriagada. Y después que cogen esos cheles largos, mansamente, sin dar un golpe, vuelven los fajazos a quienes aflojan la plata confiados en que ése será un seguro de vida, gane quien gane, pues a todos se dan sus cositas, dependiendo de la importancia de cada vividor, perdón, de cada sacrificado ciudadano…   Magino, mucho me alegra una noticia que acaban de darme: que habrá paz entre los ayuntamientos y el gobierno central. Así tiene que ser. Mire, viejo zorro, gobierno central y cabildos, se supone, buscan el mismo objetivo: el bienestar de la población. ¿Por qué, entonces, pese a la rivalidad partidaria, no se puede caminar en forma correcta, sin zancadillas ni cosas que se le parezcan? Hay que demostrar, mi querido Magino, que el calificativo de “carrito chocón” que le endilgó el síndico vegano Fabio Ruiz al secretario de Interior Franklin Almeyda se borra de la pista. Almeyda quiere legalidad y que las cosas se hagan bien, pero como político al fin, a lo mejor aprieta mucho la caña. Eso no es bueno. El gobierno central tiene que tomar una parte de sus ingresos, de acuerdo con la ley, y entregarlo a los municipios. Ni modo, pues que se entreguen, que no se atrasen los pagos, pues un atraso al cabildo es un atraso a miles de infelices que viven de un salario. Palmas para el gobierno, palmas para los municipios y palmas para don Agripino, que ya calienta el brazo…  Un chusco afirma que José Enrique Sued, el efectivo síndico de Santiago, “estudia” para ser profesor o rector de INTEC, pues jamás se apea la guayabana o chacabana. Juega a lo Rafael Toribio y Miguel Escala, entre otros…Nuestros votos, viejo charlatán, por la salud del general policial Simón Díaz, un viejo colega y compañero de labores en HOY. Simón, al parecer, tomó una cuerdita anteayer y tuvo algún desajuste en los alrededores del relojito, con una violenta taquicardia que le obligó a buscar asistencia médica. Ayer reposaba en su hogar. Pronta recuperación al querido amigo y deje de hacerle caso a quienes no sufren con los problemas ajenos…  Fernando Henrique Cardoso, expresidente de Brasil, tiene más razón que el carajo: el surgimiento de gobiernos de izquierda en América Latina no pone en peligro la democracia. Lo que sí la pone es la desigualdad social existente. Surgen gobiernos que se denominan de izquierda ahora mismo, debido a las vagabunderías que permiten los llamados regímenes de derecho, que son también de derecha. Son esos gobiernos cargados de bandidos y ladronazos los que agudizan la miseria en las grandes masas y provocan un descontento que, más temprano o más tarde, barrerá con toda esta podredumbre, pero también se llevarán lo bueno existente y entonces habrá que comenzar de nuevo. Son las aguas desbordadas de una represa rota. Y esas aguas sí que no respetan nada a su paso avasallador.

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