Coctelera

Coctelera

Le recomiendo que lea, mi querido Magino, un interesante artículo publicado en la sección de Opinión, de HOY, suscrito por el intelectual Federico Jóvine Bermúdez. El artículo vió la luz el pasado lunes, 26 de marzo del 2007. Jóvine Bermúdez trata, con fina elegancia, el caso del buque España, ligado a la historia naval dominicana y un episodio específico vinculado con la migración española.

Jóvine Bermúdez recuerda que ese buque España, ya convertido en un cueco viejo según opinión del Coctelero, cruzó el Atlántico para trasladar 3,500 españoles a quienes el dictador Rafael L. Trujillo había abierto las puertas de la República Dominicana. Ya en territorio quisqueyano, los iberos fueron llevados en su inmensa mayoría, a Baoba del Piñal, en la provincia entonces llamada Julia Molina y se esperaba que se dedicaran a la siembra de distintos productos. El gobierno, al mismo tiempo, había preparado un cuerpo especializado para que enseñara a los visitantes el manejo de la tierra, ya que muchos de ellos no eran agricultores… Jóvine Bermúdez, mi querido Magino, habla de que se esperaba que los españoles, todos blancos como es de suponer, cruzarían razas cuando embarazaran negras dominicanas y así se iniciara un proceso de mejoramiento de la etnia que dominaba en esta pequeña nación caribeña…q La mención de este asunto que hace Jóvine Bermúdez, me recuerda un episodio que me contaron en aquellos días, precisamente con un español en Baoba del Piñal. El hombre, terco hasta la tambora —¿había dicho que era español?— se negaba a trabajar la tierra y se pasaba todo el día a las puertas de la vivienda que le había sido asignada. Se sentaba en una “silla del campo”, en camiseta y pantalones cortos y de nada valían las advertencias que se le hacían para que se dedicara al trabajo. El buen hombre, cada vez que se le exigía que cumpliera con su “deber”, alegaba que a él lo habían reclutado en España “para hacer café con leche” y no para cultivar la tierra pues no era agricultor… La “rebeldía” del ibero se notificó a Santo Domingo —entonces Ciudad Trujillo— pues nadie quería tomar una medida contra el hombre, ya que se sabía que Trujillo se interesaba de todo cuanto pasara en el proyecto. Me contaron que el caso llegó a las manos de Manuel de Moya Alonso, una persona con marcada influencia en el dictador dominicano y de bien ganada fama por sus modales finos y su vocación de componedor. Se afirma que Moya Alonso, aprovechando un momento de buen humor de Trujillo, le planteó la situación y le dijo que había un español, en Baoba del Piñal, que se negaba a trabajar la tierra, pues a él lo habían contratado para hacer “café con leche”. Trujillo ordenó a Moya Alonso que trajera al hombre a la capital y lo llevara a su presencia en el Palacio Nacional… Al día siguiente, Moya Alonso cargó con su español y lo dirigió al despacho de Trujillo. El dictador preguntó al ibero qué le ocurría y por qué no quería trabajar. El hombre no se amilanó y le respondió: “Generalísimo, a mi me contrataron para hacer café con leche y yo no soy agricultor”. Se contaba que Trujillo primero sonrió y le dijo que eso no era posible, pues café con leche se hacía aquí en cada esquina. Preguntó, entonces, qué clase de café con leche le habían dicho que haría en la República Dominicana. El español, entonces, le dijo a Trujillo: “hacer café con leche, eso me dijeron, es decir, preñar negras, muchas negras, para mejorar la raza”. Se contaba que Trujillo montó en cólera y le dijo a Moya Alonso que sacara al hombre de su despacho y lo más pronto posible lo expulsara del país. Al día siguiente, y sin darle ocasión de que retornara a Baoba del Piñal, el español fue llevado al aeropuerto General Andrews, de la Avenida San Martín. Se le había sacado un pasaje Ciudad Trujillo-Nueva York-Madrid, “para que fuera a hacer café con leche, el verdadero, en su madre patria”… En cuanto al buque España que trajo a los españoles al país, nada nuevo hay que agregar a lo que escribe Jóvine Bermúdez. Recuerdo bien, como él, que el barco terminó “parqueado” en el Ozama, en el muelle de Santo Domingo, como un cabaret flotante. Muchos tragos, buenos y baratos. Buena música. Lo que ignoraba hasta la hora en que leí el trabajo de Jóvine Bermúdez, era que en ese cabaret flotante también se “laboraba” como “hotel de paso”. Nunca le perdonará a Jóvine Bermúdez que no me notificara eso en aquella ocasión.

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