Coctelera

Coctelera

Muy buenas, mi querido Magino. Tengo para decirle que la Constitución de la República, en su Título II, Sección I, «De los Derechos Individuales y Sociales», Artículo 8, Párrafo 6, dice, textualmente: «Toda persona podrá, sin sujeción a censura previa, emitir libremente su pensamiento mediante palabras escritas o por cualquier otro medio de expresión, gráfico u oral. Cuando el pensamiento expresado sea atentatorio a la dignidad y a la moral de las personas, al orden público o a las buenas costumbres, se impondrán las sanciones dictadas por las leyes. Se prohíbe toda propaganda subversiva, ya sea por anónimos o por cualquier otro medio de expresión que tenga por objeto provocar desobediencia a las leyes, sin que esto último pueda coartar el derecho a análisis o a críticas de los principios legales»…

Usted se preguntará, mi querido Magino, a qué obedece la cita de ese enunciado constitucional. Pues bien, le diré que hay gente que no ha entendido bien la vainita expuesta y considera que cuando envía un artículo o un comentario a un periódico, y ese periódico no lo da a la publicidad, se vulnera su libertad «de prensa». Mire, querido viejo, la Constitución, en momento alguno, habla de «libertad de prensa». Habla, en cambio, de libertad de expresión y señala, en forma clara y precisa, que ésta se ejerce «mediante palabras escritas o por cualquier otro medio de expresión, gráfico u oral». El constituyente ha sido sumamente diligente al establecer esas disposiciones, pues en caso de que, por una razón u otra, un periódico o una revista no pueda dar cabida a la expresión del pensamiento de cualquier ciudadano, éste tiene abiertos muchos canales para hacerlo, canales gráficos u orales, que van desde un periódico mural hasta las hojas sueltas, pasando por una guagüita anunciadora o una simple bocina. Esto hay que decirlo, caro viejo, en vista de que hay personas que hablan de que no hay libertad de prensa por el hecho de que un medio determinado no le dé cabida a una expresión determinada que recibe. ¡Imagínese usted, querido Magino, que un periódico tenga que publicar todas las cartas que recibe en sus oficinas! ¿Qué espacio necesitará para hacerlo? Además, viejo vagabundón, cada medio tiene establecida sus reglas, que pueden gustar a unos y a otros no, pero que son sus reglas. En el país, Maginito, sí que hay libertad de expresión. En cuanto a la conducción de medios escritos se refiere, ¿no están los mismos sujetos a las disposiciones que tomen los responsables de dirigirlos? Y déjese de pendejadas, el hecho de que Juancito Trucupey envíe un trabajo a un diario y ese diario no le dé cabida, no viola derecho alguno del citado Trucupey, que puede recurrir a más métodos que el carajo para expresar libremente su pensamiento. ¡Y se acabó!…

Maginito, estoy muy de acuerdo con los rectores universitarios que favorecen la enseñanza del creole en el país. Difiero, por tanto, y con todo respeto, de la señora secretaria de Educación, quien apoya la enseñanza del francés, no así del creole. Desde luego, el Coctelero también respalda la vainita del francés. Ahora bien, caro, bandido racista, ¿qué hay de malo en que los dominicanos hablen creole, que aprendan a hablar creole? En la frontera, por ejemplo, los miles y miles de haitianos que acuden a comprar en los mercados dominicanos pueden hablar bien o medianamente bien nuestro idioma, vamos a llamarle castellano para no variar, pero su lengua es el creole, un dialecto digamos que del francés. ¿Qué tiene de malo que entendamos el idioma que hablan nuestros clientes? ¿Se olvidó usted, ya, que Japón sacó pingües beneficios a eso, aprovechándose de la prepotencia gringa, que no hablaba el idioma de sus ‘socios’ mientras los japoneses sí lo hacían?…

Mire, Maginito, usted que vive preocupándose por muchísimas pendejaditas fronterizas, ¿qué le parecería que un grupo de haitiano se reunieran en presencia de un grupo de dominicanos, y planearan engañar a los criollitos, quienes no entenderían ni papa de cuanto se fragua? No sea usted pendejo. Además, dígame, ¿en qué carajo daña a los dominicanos aprender a hablar creole o a entender creole? ¿No facilitaría eso las conversaciones y negociaciones entre la gente de ambos países? No me venga con la pendejadita esa de que la élite haitiana, la mulata, habla francés y esa es la que negocia en las alturas. En las alturas, al menos en las dominicanas, siempre habrá buenos intérpretes. Donde nunca los habrá es en la base. Afortunadamente, Maginito, las Fuerzas Armadas dominicanas no piensan como la secretaria de Educación, y ya no son dos ni tres los militares que entienden muy bien el creole, para poder realizar mejor servicio en la línea que divide y dividirá siempre a los dos países que comparten el dominio de la isla. Tener gente en Haití, en la embajada, que no entienda creole, es lo mismo que enviar a la misión en Washington a muchachones que desconozcan el inglés. Y apuesto a que eso no pasa.

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