Coctelera

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 Buen día, Magino. No sé por cuáles motivos muy especiales, siento que nuestro dialoguito de hoy, cuando menos en su mayor parte, tendrá que revestirse de seriedad y mandar las bromas a freír espárragos…q Siempre he creído que el mayor error que cometía José Francisco Peña Gómez era perder la calma cuando se le recordaba su origen haitiano.

Sus enemigos y adversarios, cada vez que lo consideraban oportuno para servir a sus intereses malsanos, negaban la nacionalidad a este extraordinario político que tuvo que ir moldeando su difícil personalidad a base del infortunio y de la incomprensión. La maldad que anidaba o anida en el corazón de mucha gente llegó al extremo de describir a Peña Gómez como “un líder trujillista”, juvenil, de San Cristóbal, por el hecho de haber pronunciado un discurso en un acto a favor del dictador Rafael L. Trujillo.

Esa basura que así “condenaba” a un muchacho sin embargo, ignoraba que el mismo jovencito realizaba campañas antitrujillistas, en la misma época, en la Escuela de Locutores de La Voz Dominicana. A miles, pero miles de dominicanos, se les permitían actuaciones a favor del régimen “por cuestiones de sobrevivencia”. A Peña Gómez, solo e indefenso, ese derecho se le negaba…  

Nunca he puesto en dudas que si Peña Gómez hubiera aceptado su origen étnico, otro gallo hubiera cantado y a lo mejor hubiera tenido la ocasión de reorganizar en forma más efectiva su carrera política. Eso, sin embargo, no justifica los abusos que se cometieron contra un digno hombre que se consagró a servir a su país, sí, a su país. ¿Qué importancia histórica puede tener el hecho de que uno de los progenitores de Peña Gómez, o ambos hubieran nacido en Haití y su vástago en territorio dominicano? Lo que se ha probado, hasta la saciedad, es que Peña Gómez creció y se desarrolló en territorio dominicano, se formó como dominicano, al lado de dominicanos y como dominicano actuó en todo momento y en toda ocasión. Desde que esta nación recuperó su relativa libertad, tras la erradicación de la dictadura de Trujillo, Peña Gómez luchó como un ente a veces decisivo para que esa libertad no volviera a ser conculcada. Sus esfuerzos se mediatizaron, como se mediatizaron los de tantos otros dominicanos de conciencia pura, cuando se derrocó el primer gobierno electo en las urnas en medio siglo y cuando la nación fue ocupada por las tropas más poderosas del mundo. De más está decir en qué bando cerró filas Peña Gómez…   Cuando los hechos políticos lo separaron de su líder y mentor, profesor Juan Bosch, Peña Gómez se dedicó a trabajar en el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) en el que cerraba filas desde su llegada en 1961. A sus esfuerzos se debe que ese partido exista como tal, pese a sus muchos desaciertos desde el gobierno pero reconociéndole sus muchos servicios a favor de la democracia como organización política…  Peña Gómez llevó al PRD al poder. Pero veía, cada vez que su partido ascendía a la cúspide, como a él se le ponían trabas abiertas o encubiertas para que jamás pudiera escalar la cima. A él se le “acusaba” de ser negro y haitiano. Sin duda alguna que su temperamento irascible ayudaba a quienes le boicoteaban, aún dentro de sus propias filas políticas. Eso no impidió, sin embargo que este negro de gran corazón se fajara, dentro y fuera del país, para que su partido mereciera los mejores elogios en la Internacional Socialista y que su líder se convirtiera, al mismo tiempo, en un líder latinoamericano en esa prestigiosa organización…  Enfermo de cáncer, jamás dejó de luchar por los suyos. A veces creía que su forma un tanto desorganizada de actuar era la mejor carta para organizar su no tanto disciplinado partido. Cuantas veces se acercó al poder, por la vía electoral, sus enemigos se valían de toda clase de artimañas para cortarle las alas. El, en ocasiones, lucía ingenuo y no vacilaba en ponderar las supuestas virtudes de quienes eran los responsables de su desgracia política. Sabiéndose condenado a muerte por la terrible enfermedad que le aquejaba, dedicaba sus últimas fuerzas al partido de su vida, a su razón de ser como político. Desde su residencia en San Cristóbal impartía órdenes para una campaña política cuyos resultados estaba seguro que no alcanzaría a ver. Este hombre extraordinario, este fogoso político que se forjó a base de muchos pero muchos sacrificios, cometió errores. Muchos errores. Ninguno de esos errores, sin embargo, manchó sus manos de sangre o de peculado. Si algo se le puede criticar, en ese aspecto, es que fue un tanto tolerante con sus amigos compañeros de partido, quienes abusaron de su bomhomía, de su generosidad. A José Francisco Peña Gómez pudo faltarle la base política que tuvieron otros líderes continentales al comenzar sus carreras, Peña Gómez tuvo que ir adquiriéndola en medio de un ambiente hostil, que no quería reconocerle virtud alguna. Pero de algo sí pueden sentirse sus compatriotas altamente honrado, salvo sus tradicionales enemigos: José Francisco Peña Gómez fue un dominicano a tiempo completo, un dominicano que siempre luchó por su país, un dominicano, cuando menos, más dominicano que los que le adversaban por el color de su piel y que carecían del gallardo corazón que acompañó, hasta su muerte, al inquieto líder perredeísta.

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