Coctelera

<p>Coctelera</p>

Tenga usted un buen día, don Magino. Debo pedirle excusa por cualquier error u omisión en el tema que voy a tratarle, pues cuanto he podido hacer es invocar la memoria y usted sabe, mejor que el Coctelero, que la ateroesclerosis no perdona. De todos modos, adelante y valor…q En mi querido HOY leo un trabajo en el cual se describe el arrabal en que se ha convertido el llamado parque “Dicayagua”, frente a la Plaza de la Salud.

Nada de eso me sorprende, pues si aquí dejan dañar el Acuario Nacional y permiten que calles y avenidas se llenen de hoyos, ¡qué carajo van a dar mantenimiento a un parquecito de pipiripao! Hay, sin embargo ciertas cosuanitas que deseo aclarar para evitar confusiones, cosuanitas que se vinculan al parquecito en sí, a Dicayagua y a la estatua colocada en el mencionado parquecito en cuestión… En primer término, Dicayagua no era una yegua.

Era un caballo, castrado por más señas, que fue traído al país en un lote de equinos que se importó para la inauguración del hipódromo Perla Antillana durante los festejos del centenario de la independencia nacional, en 1944. Dicayagua tenía nueve años a su llegada aquí y fue adquirido por el señor Benigno Pérez Martínez, un rico comerciante español que conocía de caballos de carreras. El viejo ejemplar fue excelentemente atendido y se le convirtió en un as de la pista… La familia Trujillo —no el dictador Rafael L. Trujillo Molina— era propietaria de caballos de carreras en el Perla Antillana y poseía varias cuadras, que contaban con muy buenos ejemplares. Dicayagua venció a la mayoría de esos ejemplares, como también perdió de ellos, es evidente que el descontento que sentía en mucha gente frente al régimen imperante, se manifestaba en las ovaciones de que era objeto Dicayagua cada vez que un triunfo le sonreía sobre un caballo de un miembro del clan Trujillo, bien fuera en una carrera de corta distancia como en una de fondo. La “desgracia” de Dicayagua, y de su propietario, vino durante la discusión de un premio llamado Trujillo. Ramfis, el hijo mayor del dictador era dueño de la cuadra Haronid y uno de sus ejemplares, Aplicado sostuvieron un tremendo duelo, que agotó a ambos ejemplares, y entonces resultó ganador Tetelo, caballo argentino, también propiedad de Pérez Martínez. El público enloqueció esta tarde, cuya fecha no recuerdo, y aplaudió tanto a Tetelo como a Dicayagua. Aplicado jamás volvió a correr, pues lo reventaron y hubo que dedicarlo a la procreación. Al día siguiente de la carrera, se publicó que don Benigno había salido huyendo de España porque engañó al rey Alfonso XIII. El comerciante fue detenido y vejado de todas formas y su ejemplar Dicayagua fue virtualmente erradicado del Perla Antillana… La estatua que se colocó en el parquecito es otra historia. Esa estatua correspondía a Sombra, un magnífico ejemplar propiedad de Ramfis Trujillo, descendiente de Pharamond II en Ellen Drake. El caballo se lastimó muy temprano en sus patas delanteras y fue retirado de la pista después de brillantes victorias y de fijación de récords. La estatua la esculpió el maestro Ismael López Glass. El parquecito recibió el nombre de Sombra. Erradicada la dictadura, mi querido Magino, grupos anti-trujillistas pintaron la estatua de un color blanco y grisáceo y le pusieron el nombre de Dicayagua, para glorificar el noble bruto al que decían “El Potro Gris”. Una resolución municipal le dio al parque el nombre de Dicayagua… El destino final de Dicayagua fue bastante triste, pues ni siquiera el pobre equino pudo, escapar al espíritu de venganza de alguna gente. Inclusive fue a parar, en una ocasión, en la cuadra Engombe, propiedad de Luis Rafael Trujillo Molina (Nene), hermano del dictador. En una oportunidad, con un hipódromo decadente, sin caballos de valía, el viejo Dicayagua fue inscrito en una carrera de “chongos” y cuando ganó la misma, el poco público que asistía a la graderías le tributó una larga ovación, a manera de dejar escapar cierta rabia contenida. Después el caballo fue enviado al campo y nadie más se acordó de sus hazañas… Hoy la estatua que existía en el parquecito está semidestruída, colocada en medio de un sitio que cuanto produce es asco por el abandono en que lo han dejado perecer. Cualquiera creería que lo mejor que puede ocurrir es que se erija una estatua verdadera de Dicayagua, si eso se quiere, y se coloque en el hipódromo Quinto Centenario. En cuanto al parquecito se refiere, éste debe ser rescatado, pues es inconcebible que el Estado permita un foco de contaminación nada menos que frente a un centro médico de la magnitud de la Plaza de la Salud. Y si se quiere honrar a quien honor merece, en el parque bien podría colocarse un busto del doctor Juan Manuel Taveras Rodríguez, eminente radiólogo dominicano, a quien se debe, en gran medida, la existencia de la Plaza de la Salud —fue de los que convenció al presidente Joaquín Balaguer de la importancia de la obra— y de los progresos iniciales de esa gran obra.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas