Coctelera

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Muy buenas, don Magino. ¿Cómo la pasó en el Día de Mella? ¿Disparó algún trabucazo por ahí? Tengo para decirle que el idioma no es una pendejadita. Y si es el castellano, mucho más. Por ejemplo, cuando se trata de definir el vocablo chantaje, puede leerse lo siguiente: «Delito consistente en obtener dinero, ventajas, etc., de una persona mediante la amenaza de hacer revelaciones comprometedoras o bajo cualquier otra amenaza». De inmediato, caro viejo, si usted quiere saber el significado de la palabra miedo, recurra a su mata-burros, no sea cobarde, y verá que una de las acepciones de esta palabrita es la siguiente: «Temor o recelo de que suceda algo contrario a lo que se desea». ¿Enterado? Pues saque usted sus propias conclusiones…

El Partido Revolucionario Dominicano (PRD), al parecer, se ha tirado a la calle del medio en materia de oposición. Y eso, sin duda alguna, ha causado cierta sorpresa en un timorato Partido de la Liberación Dominicana (PLD), que hoy ejerce el oficialismo. Mire viejito charlatán, el PRD ha demostrado que, como gobierno, no ha sido algo estelar. Pero como oposición no ha sido una pendejadita. en vida de su mayor líder, el  doctor José Francisco Peña Gómez, el perredeísmo supo hacer una oposición para rajar a cualquier cachazudo…

No se puede pasar por alto, sin embargo, que el perredeísmo tuvo que batirse, desde la oposición, con un hombre que disponía de una cachaza oriental, que jamás se precipitaba para la toma de decisiones y que conocía trampas que eso no tenía madre: el doctor Joaquín Balaguer. Balaguer, como dice el refrán, «sacaba de abajo» y solía sortear las crisis con una habilidad pasmosa, aprovechándose siempre de los puntos flacos de sus contrarios. A Peña Gómez sabía halagarle la vanidad y en medio de las situaciones más difíciles solía referirse a su adversario en forma desusada, empleando calificativos elogiosos hacia quien todo el mundo sabía que jamás le abriría las rutas del poder…

Aun así, el mayor escollo que encontró el perredeísmo cuando se enfrentaba a Balaguer era que el callado y malicioso líder reformista jamás tuvo miedo y cuando daba la sensación pública de tenerlo, era porque ataba cabos que anudaría de la forma más apretada posible, hasta inhumanas si se quiere usar ese vocablo. A Balaguer no se le podía chantajear. Para comenzar, jamás se precipitaba a la hora de tomar decisiones. Las maduraba fríamente. Y sabemos que Balaguer solo se aconsejaba con Balaguer…

El perredeísmo logró vencer a Balaguer en 1978 porque la coyuntura internacional le favoreció y los excesos de las propias fuerzas que respaldaban al presidente desde 1966 cavaron su propia fosa. Aun así, se las compuso para mantener el control del Senado y evitar el dominio absoluto de los perredeístas en la Cámara de Diputados. El viejo caudillo, completamente ciego, volvió al mando en 1986 por los disparates en que incurrió el perredeísmo desde el gobierno, disparates que le costaron mantenerse en la oposición durante catorce años. Lo que pasó del 2000 hasta el día de hoy no necesita comentarios, pues el perredeísmo está otra vez en la oposición, aparentemente en el campo que más le gusta, pues el poder no ha encontrado forma lícita de retenerlo…

El presidente Leonel Fernández no es Balaguer. No hay guerra fría. La situación internacional no es la misma de 1978 o 1986. Ni siquiera la de 1990. El país, en cierta forma también ha cambiado. Creo, hasta cierto punto, que una de las debilidades del sistema democrático dominicano, si podemos llamarlo así, ha sido la ausencia de una verdadera oposición, sistemática si se quiere, pero constructiva por encima de todas las cosas. Aquí el gobierno, en todas las épocas, ha sido arrogante, se considera dueño y señor de horca y cuchillo. La oposición, cuando ha sido feroz, –y lo ha sido en distintas ocasiones con el perredeísmo dirigiéndola– solo ha tirado para su banda y no para beneficiar a la nación…

Desde el Congreso Nacional se responde únicamente a intereses partidaristas y personales, no a los intereses auténticamente nacionales. La «disciplina» partidaria nada tiene que ver, al parecer, con la consecución de fines colectivos, sino más bien individuales, partidarios. Un senador o un diputado se considera que representa, exclusivamente, al partido al cual pertenece y no a los electores, a los representantes de su demarcación geográfica. Y por eso solo busca el bienestar de su parcela. ¿Hacia dónde vamos por ese camino? Difícil es saberlo. Pero de algo se puede estar seguro: por una ruta equivocada si se transita por la avenida del chantaje esquina al miedo.

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