Coctelera

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¿Cómo se siente Magino? Supongo que bien y punto. El empresario José Luis Corripio Estrada (Pepín), dijo una gran verdad durante un conversatorio con jóvenes de esta ciudad, llevado a cabo en la Loma del Chivo; que aquí se reitera el criterio de que la educación consiste en la construcción de escuelas grandes o lujosas, cuando en muchas ocasiones al único que benefician (las construcciones) es al ingeniero que las hace.

Al leer las atinadas expresiones usadas por Pepín Corripio, recuerdo algo muy interesante…  Mi mala memoria no me permite recordar el año del episodio que voy a relatar. El presidente Joaquín Balaguer, imprevisible como de costumbre, designó al empresario Horacio Alvarez Saviñón en la presidencia del denominado “Año de la Educación”. El nombramiento sorprendió a mucha gente, pues se esperaba que el jefe del Estado escogiera a un intelectual o cosa parecida. El propio Alvarez Saviñón mostró extrañeza por la selección, pero aceptó el reto. El pregonaba, a los cuatro vientos, que no era un intelectual y que no había tenido ocasión de recibir educación académica, pues desde muy temprano tuvo que dedicarse al trabajo para ayudar a los suyos. Y en materia de trabajo, mi querido Magino, he conocido pocas personas más hacendosas que Alvarez Saviñón, quien levantó una especie de imperio de bebidas gaseosas, con la franquicia de Pepsi-Cola a la cabeza…  Pues bien, caro Magino, un par de meses pasaron tras la designación comentada y una mañana, al encontrarme con Alvarez Saviñón, con cuya amistad me honré por años, le pregunté cómo iba su gestión en el campo que le había sido asignado por el doctor Balaguer. Horacio, con la voz de trueno que siempre acompañaba sus sinceras expresiones, me dijo que se encontraba un tanto decepcionado de los ingenieros dominicanos, pues todos querían que se construyeran “palacios escolares”, mientras que él, Alvarez Saviñón, solo favorecía, en las zonas rurales y aún en pequeñas ciudades, que se hicieran rústicas edificaciones con costos que no sobrepasaran los veinte mil pesos, suma que, en la época, “era dinero”. Horacio manifestaba unos juicios que aún hoy tienen validez: las construcciones lujosas, independientemente de las sumas que requerían, eran problemáticas a la hora de mantenerlas en buenas condiciones, pues para eso el Estado tendría que erogar fuertes cantidades de dinero, pues me dijo que las escuelas funcionales, con unas cuantas aulas, pisos de cemento y sanitarios para los alumnos, era cuanto requería la nación en la mayoría de las poblaciones. Horacio concluyó su gestión honorífica y las escuelas que patrocinó fueron dirigidas por “constructores”, pues no pudo lograr el concurso de los ingenieros que le caían atrás a los “palacios escolares” que hoy todavía tanto “deslumbran”…  Pepín Corripio, en cierta forma, coincide con los criterios que, sobre el particular, externaba Alvarez Saviñón. Sabido es que la debilidad en el sistema educativo dominicano constituye uno de nuestros más acuciantes problemas y de esa debilidad derivan a otras lacras que nos alarmaron. La ausencia de recursos económicos, en el sector, crea muchas dificultades. Por eso, Maginito, entiendo como muy lógico el hecho de que Pepín Corripio dijera que el eje de la educación es la formación de maestros y sembrar el país de escuelas modestas al alcance de la población…  No hay duda alguna de que el Estado dominicano, a base de “palacios escolares”, de escuelas de “lujo”, jamás podrá conjurar el déficit de aulas escolares y mucho menos dispondrá de los recursos para dar el mantenimiento debido a sus instalaciones “fuera de grupo”. Si como sugiere Pepín Corripio, el Estado destinara el siete por ciento del Producto Bruto Interno para la educación, es claro que las autoridades educativas podrían elaborar un programa, digamos de cinco o diez años, por virtud del cual se capaciten los maestros que necesita el sistema, se construyan las aulas necesarias, incluyendo la cobertura de las que reclame el crecimiento vegetativo anual. El Estado también podría, de esa manera, dar el mantenimiento debido a sus planteles, evitando así el vergonzoso espectáculo que se ofrece cada año, de miles y miles de butacas destruidas, sanitarios caqueados y techos por los cuales el impermeabilizante jamás ha pasado. Racionalicemos nuestros pocos recursos en el campo educativo y dejemos las construcciones de lujo para los países ricos. El hecho de que constituyamos un país pobre no nos obliga a ser mal educados.

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